En las sombras de las angostas calles parecían encontrarse al acecho la muerte violenta y el asesinato; y asimismo se pudiese creerlas agazapadas en las oscuras y pobres casas de aquel distrito, ubicado en el extremo norte de Central Park, conocido con el nombre de distrito de España. Allá, los descendientes de la sangre pura castellana se mezclaban con portugueses, mulatos, con mestizos de las Antillas y con otras variedades de hombres y mujeres cuyo color de piel iba desde el negro azabache o bien del amarillo, hasta las clases prácticamente totalmente blancos, y incluso a los ejemplares rubios y rosados del anglosajón. Aquella era una suerte de olla en que se mezclaban todos y cada uno de los habitantes de las Antillas con americanos. Codeábanse en aquel sitio la intriga, la traición, la fidelidad y la osadía. Y allá todos no pretendían otra cosa que vivir conforme con sus costumbres o bien sus ideales. En una de las más angostas y oscuras calles de aquel distrito se encontraban 2 hombres en la sucia puerta de una casa de ladrillos, alumbrada por los leves resplandores proyectados por una oscurecida lámpara eléctrica. Los dos eran jóvenes, tenían muy blancas denticiones y vestían con elegancia. Sus negros ojos aparecían risueños y llenos del atrevimiento propio de la juventud. Como contestación a su llamada, abrióse un ventanillo en la puerta maciza y sucia. Durante un momento un ojo los observó receloso; entonces la puerta se abrió en silencio y se cerró tras darlos paso, con un fuerte chirrido de los goznes. Un sujeto, con la cara señalada por la viruela, los condujo por un corredor prácticamente obscuro, abrió otra puerta y los hizo penetrar en una estancia, en cuya atmosfera flotaban los olores confundidos del ajo y del vino tinto