La enfermedad de las emociones. El trastorno bipolar – Eduard Vieta Las emociones guían y modulan nuestras vidas; son nuestro motor, forman el impulso que nos hace ir adelante, si bien no sepamos bien cara dónde vamos. Si nos paramos a meditar qué es lo más esencial para nosotros, nos percataremos de que su relevancia procede de los sentimientos que depositamos en ello. Si bien pueda parecer una cosa obvia, resulta que aparentamos guiarnos por mecanismos racionales. Aun, somos tan orgullosos que nos autodenominamos Homo sapiens, tal y como si nuestra sabiduría fuera nuestra primordial característica. No obstante, el gobierno de nuestras emociones es lo que nos ha hecho mejorar. La revolución tecnológica es una suma de pequeños pasos, incomparablemente más pequeños que el de diferir una recompensa para conseguir otra todavía mayor un tanto después. Esta revolución tecnológica, que se fundamenta en el llamado procedimiento científico y que nos ha ayudado a entender que ni somos el centro del planeta ni los protagonistas de la historia, ni siquiera los dueños de nuestras resoluciones, últimamente nos ha tolerado explorar un terreno totalmente apasionante: las bases biológicas de las emociones. Ciertas personas se amedrentan cuando se habla de este tema, tal y como ocurrió cuando Copérnico contradijo el presunto de que la Tierra continúa inmóvil en el centro del cosmos, o bien cuando Darwin elaboró la teoría de la evolución de las especies, por el hecho de que el conocimiento abre puertas cerradas a lo largo de siglos que no sabemos a qué sitio nos van a conducir. Los recientes avances en genética provocan interrogantes éticos frente al excepcional poder que puede suponer la manipulación de estos conocimientos por la parte de personas o bien conjuntos sin escrúpulos. El progreso del conocimiento es irrefrenable. El único modo de cumplir los requisitos éticos del progreso científico es emplear mecanismos de control social, con lo que es indispensable su divulgación. Las prohibiciones y censuras son inútiles y contraproducentes. No debemos temer el conocimiento, sino más bien el empleo que se hace de él alén de los mecanismos de control democrático. Por este motivo es tan esencial que todos tengamos una buena capacitación humanística y científica. En nuestros días sabemos que muchos de nuestros comportamientos supuestamente libres y racionales son impulsados por mecanismos codificados genéticamente y regulados bioquímicamente. Esto no implica un determinismo simplista. La incesante interacción entre programación genética y circunstancias externas altera y condiciona a cada momento nuestra conducta. Son tantas las variables que intervienen en este proceso que, supuestamente, se comporta como el azar: cuando tiramos una moneda no podemos pronosticar seguramente si va a salir cara o bien cruz. Mas la ciencia nos deja algo supuestamente trivial y realmente trascendental: por una parte, asegurar que si no sale cara es que ha salido cruz; por otro, entregar una probabilidad a cada fenómeno (en un caso así, el cincuenta por ciento ). Ahora tal vez aparezca aquel minucioso que afirma que la moneda asimismo puede caer de canto. Bien, en un caso así, podemos aseverar que solo hay 3 opciones: cara, cruz o bien canto. Cada una de ellas tiene su probabilidad