La epopeya que vivieron helenos y troyanos en la guerra de diez años hace más de 3 mil años y que Homero recreó en la Ilíada en un largo texto que recrea el nacimiento de la civilización occidental, aparte del comienzo de nuestra literatura, sirve de pretexto y línea argumentativa a Armando Ramírez para trasladar múltiples de esas historias a un México, D. F. de el día de hoy (o bien de un pronto inminente), un Centro Histórico donde el pasado viejo y el presente que transa conjugan las definitivas intervenciones de los dioses y semidioses del Más Arriba. Por el hecho de que las pasiones siguen caracterizando a las personas; y el amor, la posesión, los celos, la traición, la envidia, la admiración, exactamente la misma pasión desbordada están en esta Tepiteada, que relata el rapto de la Negra, pareja del Demonio, el violento y salvaje asedio a Palacio Nacional, el sanguinolento rechazo, las épicas batallas, y el largo desfile de las figuras míticas de Calcas, Anquistes, Glauco, Ayante, Telemamón, Hipoloco, o bien Néstor, quienes resienten de qué forma el leal de la balanza se inclina por la acción o bien traición de los dioses o bien diosas, semidioses o bien semidiosas como La Señora de las Tiendas, El Señor de los Teibols, el Otro Señor de los Cielos, La Señora de los Itinerantes, a cargo de los Vándalos, los Gañanes, los Holgazanes o bien los Pránganas, unos y otros pintados como troyanos y aqueos chilangos. Entonces, lo que acá se narra es una historia amorosa y guerra, con un ritmo y lenguaje diligentes, que, de muchas formas, invita a la relectura. Despiertas, como todos y cada uno de los días, preguntándote qué te depara el destino. Y en el camino existencial de la fatalidad frente a la libertad se juega una gran parte de la activa narrativa de esta enorme apuesta a que Armando Ramírez invierte en La Tepiteada. En el personaje protagonista del Demonio imprime rebeldía suficiente para transformarlo en un out cast que no le queda más que la vulneración como signo de su humanidad. Así, Ramírez nos instala en las dimensiones trágicas que busca para su novela; entendiendo el término en raíces y connotaciones clásicas: no la confirmación de un destino que ineludiblemente sosten al individuo, sino más bien el testimonio de una libertad que se levanta contra ese destino, aun si bien la derrota sea ineludible. Intenso y apurando al vértigo, el oficio de Armando Ramírez hace malabares con la violencia sueca a que ribera la supervivencia o bien a que invita la maldad excelente, y la quiere cauterizar con la pasión cariñosa, el amor sin más ni más, fogonazos sombríos que poco hacen contra las oscuras fuerzas que juegan con destinos desde su atalaya intratable