¿Libro de memorias? ¿Autobiografía? ¿Relato de un viaje? Se puede aseverar que todo al unísono. Mas, sobre clasificaciones, asimismo se puede decir con seguridad: el encanto de la lectura no sabe de géneros. Limones amargos describe los 3 años, entre mil novecientos cincuenta y tres y mil novecientos cincuenta y seis, en que el creador de El Cuarteto de Alejandría, radicó en la isla de Chipre en el Mediterráneo. Tras años opacos haciendo de diplomático en Argentina y Yugoslavia, narra el escritor británico natural de Jalandhar, India, que lo que más deseaba en la vida era retirarse, adquirir una casa asequible en un sitio apacible, de preferencia apartado, arreglarla a su modo y vivir sin saber del resto del planeta. ¿Para qué exactamente? Puesto que para redactar. Explica Durrell la génesis de este libro (entre los 6 que dedicó a sus peregrinajes): "Los viajes, como los artistas, nacen, no se hacen. Contribuyen a ellos mil diferentes circunstancias, poquísimas de las que han sido deseadas o bien determinadas por la voluntad. Brotan en forma espontánea de las demandas de nuestra naturaleza, y los mejores nos conducen, no solo cara afuera, cara el espacio, sino más bien asimismo cara adentro. Los viajes pueden ser una de las maneras más compensatorias de la introspección". Tras lo que considera dudas morales, acaba por admitir un trabajo en el gobierno colonial. Hay instantes de gran humor en los comienzos del libro cuando narra el proceso de hallar una casa y adecuarla en una aldea de montaña llamada Bellapaese por los venecianos (que Durrell rebautiza Bellapaix), lo que le hace relacionarse de manera estrecha con los habitantes locales. Además, Durrell escribe coloridamente sobre personajes y situaciones, grandes paSeos, las flores y las fiestas, la música, las montañas y las cataratas, las playas y las esculturas de la isla. Se trata, en definitiva, de un fantástico relato de viajes, mas empapado de un sabor muy particular al unísono que de una extraña belleza, como los limones amargos..