Tempestades De Acero Ernst Junger

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    Tempestades De Acero Ernst Junger Ernst Jünger fue otro de los millones de jóvenes europeos que fueron a la Gran Guerra en pos de algo precioso y viril, mas terminó atrapado en unas tinieblas que describió con precisión y honradez Uno no comprende de veras una guerra hasta el momento en que ha leído los diarios de un soldado

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Tempestades De Acero Ernst Junger Ernst Jünger fue otro de los millones de jóvenes europeos que fueron a la Gran Guerra en pos de algo precioso y viril, mas terminó atrapado en unas tinieblas que describió con precisión y honradez Uno no comprende de veras una guerra hasta el momento en que ha leído los diarios de un soldado. Esa es la sensación que queda tras cerrar lasde Tempestades de Acero, los diarios que Ernst Jünger desarrolló tras la Primera Guerra Mundial. Uno puede rememorar las toneladas de proyectiles que se utilizaron en Verdún, los británicos que cayeron en el Somme o bien los derribos del Barón Rojo; puede ver fotografías de los bosquecillos desolados por las cortinas de fuego de artillería, los soldados avanzando entre el gas y los cadáveres amontonados en las trincheras; mas muy frecuentemente unas palabras bien contadas valen más que mil imágenes. Jünger se transformó en un especialista en contar lo que veía todos y cada uno de los días, al tiempo en que ascendió a oficial y tuvo una compañía de hombres bajo su mando. Sus obligaciones no le impidieron, ni bajo el más intenso fuego de artillería, llevar un meticuloso registro de todos y cada uno de los sucesos que vivió. Estaba persuadido de estar siendo testigo de la Historia y deseó anotarlo todo para poder contarlo, de forma unida, tras la guerra. Fue al concluir, cuando examinando sus anotaciones, comenzó a formar diferentes volúmenes contando su paso por el enfrentamiento, que duró los 4 años del mismo. Hoy día se puede hallar en las librerías al lado de El Bosquecillo ciento veinticinco y El estallido de la guerra de mil novecientos catorce, 2 pequeñas obras que complementan una visión completa y sincera de la Gran Guerra. Pese a ser un diario, el mayor interés de Jünger siempre y en todo momento fue la sinceridad, y pasó años examinando su obra y lanzando ediciones más adecuadas. E inclusive vemos ciertos pasajes completados con cartas que combatientes contrincantes le mandaron. Tempestades de Acero es una obra cuya honradez es incuestionable, y su valía ha sido reconocida por combatientes y también historiadores que estuvieron en los dos lados de las trincheras a lo largo de la Primera Guerra Mundial. Jünger no duda en charlar de los fallos de sus superiores, de los propios, ni de la osadía o bien el buen hacer de los oponentes cuando entablaba combates duros. Y es en especial sincero es en el momento de charlar de la necesidad de matar ya antes de un ataque y del respeto al oponente rendido. Si algo resalta fuertemente en Tempestades de Acero es la actitud general de un soldado con temor, que se sabe con la muerte siempre y en toda circunstancia avizorando. Un soldado que busca matar y se revitaliza al atinar sus disparos, mas que jamás deja que el odio domine sus pasos. Un soldado que recuerda con respeto a los caídos e inclusive se impone el castigo de meditar en las vidas que ha segado. «Más tarde he vuelto a meditar en él (británico que Jünger abatió) a menudo; con el paso del tiempo lo he hecho cada vez con una mayor frecuencia. El Estado, que nos exonera de la responsabilidad, no puede librarnos de la aflicción; este es un tema que tenemos que resolver mismos. La consternación penetra hasta las profundidades de nuestros sueños.» Ernst Jünger fue otro de los millones de jóvenes europeos que se alistaron voluntarios para combatir, con un ciego entusiasmo más propio de un festejo, en la guerra. Tanto , como el resto, iban a transformarse en hombres, a dar el paso a la madurez. Como tantos otros, no tardó en ver las cosas de otra forma. Del alborozo y el ansia por entrar en batalla que se destila en las primeras pasa en unos episodios a la resignación de la incesante presencia del riesgo, al hastío en las trincheras y por último, al deSeo de la vuelta de la guerra móvil, del combate cuerpo a cuerpo. Pues si hay algo que jamás perdieron los hijos de la belle époque fue las ganas de combatir por su nación hasta la muerte. «Habíamos partido cara el frente bajo una lluvia de flores, en una ebria atmosfera de rosas y sangre. Ella, la guerra, era la que tenía que aportarnos aquello, las cosas grandes, fuertes, magníficas. La guerra nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro festejado sobre floridas praderas en que la sangre era el rocío.» Descubrimos, entre reflexiones sobre la vida diaria del soldado, otro género de sucesos y comportamientos de lo más cómicos. El patetismo llega a lo cómico asimismo a lo largo de la guerra, puesto que no todo son heroicas cargas o bien ataques de manera perfecta planeados y ejecutados. En ocasiones entre el fuego de artillería y los disparos oponentes se dan las situaciones más absurdas y las eventualidades deciden quién muere y quién prosigue de pie. Ese ese patetismo cómico el que te puede llevar al encuentro con la muerte, y exactamente el mismo el que hace que una compañía lleve a buen puerto un ataque hasta ese momento bloqueado. Pues es en esas situaciones en las que bastantes personas se desmelenan y hallan el coraje para efectuar los actos que inspiran a el resto. Algo que en circunstancias normales sería motivo de burla. Y es que, uno de los temas centrales de la obra trata de la relevancia del humano y sus actos. En una guerra de materiales y maquinaria como no se había visto hasta mil novecientos catorce, el soldado semeja en segundo plano en frente de los impresionantes números. Sin embargo, el éxito o bien el descalabro de las operaciones quedaba recluído a las acciones individuales en pequeños campos en los cientos y cientos de quilómetros de trincheras. Es una cosa que Jünger advierte conforme avanza la guerra, conforme pasan los meses y el Imperio Alemán se desgasta a nivel económico mientras que los contrincantes tienen más municiones y soldados. Comprende que perderán la guerra y examina con perfección los cambios en el modo perfecto de combatir conforme los avances en tecnología. Tempestades de Acero asimismo es buen testimonio de la guerra subterránea y desde el cielo, en tanto que habla con otros soldados, pasa largas horas con ellos y deja que su voz sea la que hable en ciertos episodios, completando todo cuanto Jünger contempló a vista de trinchera. Estos jóvenes voluntarios, que se alistaron con alborozo, pronto entraron en un estado de tinieblas del que parecía imposible salir. Es una de las grandes improntas que la guerra dejó en estos combatientes. El sueño de un enfrentamiento bravo y frente a frente con la bayoneta en ristre, fugaz e inclusive romántico, terminó siendo una pesadilla de la que ciertos jamás despertaron. «Pero hay aún otra razón que hace que me cause pánico la sola idea de que una bala mortal vaya a hacer blanco en mi cuerpo — y esa idea nos ataca acá con cierta frecuencia en las horas dedicadas a la reflexión. Vivimos tan hondamente sumidos en la guerra que se nos ha vuelto completamente inconcebible la paz. Esta guerra es como una selva virgen que desde hace unos años nos tiene sometidos, poco a poco con mayor fuerza, a su obscuro hechizo, de forma que comenzamos a dudar que alén de sus lindes exista algo.»

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Tempestades De Acero Ernst Junger Ernst Jünger fue otro de los millones de jóvenes europeos que fueron a la Gran Guerra en pos de algo precioso y viril, mas terminó atrapado en unas tinieblas que describió con precisión y honradez Uno no comprende de veras una guerra hasta el momento en que ha leído los diarios de un soldado
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