

Relato poético y sombrío de la realidad urbana, El día de ayer (mil novecientos noventa y cinco) nos sumerge en la vida de Sandor Lester, un obrero que día a día reanuda la rutina de su vida: subir al autobús, fichar en la factoría, sentarse delante de la máquina y horadar infinitas veces
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Relato poético y sombrío de la realidad urbana, El día de ayer (mil novecientos noventa y cinco) nos sumerge en la vida de Sandor Lester, un obrero que día a día reanuda la rutina de su vida: subir al autobús, fichar en la factoría, sentarse delante de la máquina y horadar infinitas veces... siempre y en todo momento exactamente el mismo orificio, siempre y en toda circunstancia exactamente la misma pieza. Sandor es un asilado solitario, que vive insomne, sin curarse de sus pérdidas, rayando la insensatez, sin más ni más compañía que la que le da Yolande todos los sábados por la tarde. Sandor no sabe si trabaja para vivir o bien vive para trabajar y el poco tiempo libre de que dispone lo pasa escribiendo y soñando en otra vida, la vida de un enorme escritor. Asimismo piensa en Line, la mujer perfecta. Una mañana, al subir al autobús que lo conduce a la factoría, aparece Line en carne y huesos. No su invención idealizada, sino más bien la genuina Line, que sale a su encuentro como un espectro del pasado. El día de ayer es como un cuento de hadas desilusionado, que nos transporta a una atmosfera extraña y apasionante. Con su prosa descarnada, sin adjetivaciones innecesarias, Agota Kristof filtra tenuemente las ensoñaciones más íntimas del ánima humana."El día de ayer soplaba un viento conocido. Un viento que me había encontrado"