Cioran, Manual de antiayuda Alberto Domínguez Tal vez Cioran (diecinueve millones ciento once mil novecientos noventa y cinco) —en palabras de SaintJohn Perse, «el mayor prosador de la lengua francesa desde Paul Valéry»— sea uno de los escritores y pensadores más discutidos del siglo veinte, no ya por la naturaleza de sus reflexiones, sino más bien por la contundencia de exactamente las mismas. Lector insaciable de Schopenhauer, Nietzsche, y asimismo de Heidegger, Simmel o bien Weininger, a los diecisiete años se anota en la capacitad de Filosofía de Bucarest. Padece esenciales crisis de insomnio y pasa las noches sin dormir alternando entre la biblioteca y el burdel, en compañía de los pordioseros y de las rameras, con los que le agradaba dialogar. Fue compañero de universidad de Ionesco y Eliade, con los que forjó una amistad que duraría toda la vida. Tras una juventud de activismo político, se irá a París, urbe en la que sostuvo, a lo largo de muchos años, una existencia errante, sin hogar fijo y deambulando de pensión en pensión. Emil Cioran sabía que la vida era trigo sucio, mas en vez de hacer lo que hacemos todos, esto es, silenciar y meditar que, bueno, que en resumen, que ajo y agua, lo afirmó, lo escribió, lo denunció, se enfrentó con la vida, le cantó las cuarenta a la vida, legándonos una obra transida de lucidez, desenfado y clarividencia. En frente de tantos pensadores útiles, ¿para qué sirve leer a Cioran, tan nihilista, tan en disconformodidad con la existencia? Entre otras cosas, sirve para recordarnos que ningún pensador nos saca de una auténtica encrucijada vital: para quien está negado para la dicha, no hay sabiduría que valga. Podemos localizar sus obras editadas, pero apenas existen trabajos que averigüen en las supones de su pensamiento, y exactamente ahí es donde radica el logro primordial de este Cioran. Manual de antiayuda. Con rebosantes guiños humorísticos y con una magistral aprehensión de las ideas, Alberto Domínguez nos plantea un singular acercamiento a la obra de Cioran, consiguiendo que el lector penetre con jovialidad en un meditar valiente, perturbador y siempre y en todo momento sugestivo. Y no solo eso: la ironía y la crítica sobre las grandes flaquezas de nuestra civilización vertebran un texto que aspira a cumplir una de las máximas de nuestro autor, la de que «solo se deberían redactar libros para decir cosas que uno no se atrevería a confiar a nadie»