Sarduy divierte, arrastra, provoca, sorprende, cautiva... El más representativo, el más dotado y asimismo el más extraño de los ´nuevos novelistas´. (F. Wagener. Le Monde.) 2 relatos entrecruzan sus voces en esta novela. El primero cuenta la vida de Cobra, un travestí, la transformación apremiante de su cuerpo, su pasión que tal vez compensarán sus breves apariciones de Reina, en el Teatro Lírico de Muñecas. Ritual cuya equivalencia procuraríamos en balde en Occidente y que solo igualan la devoción y el rigor con que los actores se convierten a lo largo de días enteros en los teatros religiosos de la India, donde, una vez en posesión de sus trajes (todavía fuera de escena) son reverenciados o bien temidos. La Señora, celestinesca, y Pup, enana blanca ocurrente y parlanchína (un doble miniaturizado de Cobra) auspician las metamorfosis. En el segundo relato Cobra es empezado a lo que es quizá una banda de 4 ´black jackets´ que han adoptado nombresfetiches (Tundra, Escorpión, Totem y Tigre) y cuyas liturgias económicas conforman un sueño... o bien a una secta de lamas tibetanos que se esmeran, lejos de las fuentes, por dar la vida a sus ritos. Aventura cuyo decorado es el de los suburbios parisienses o bien el de los paisajes de la pintura china. La busca de todos es la del erotismo, ausencia donde brota la muerte: la de Cobra, cuyos entierros se festejan en un sótano húmedo de Amsterdam, conforme los ritos del Libro Tibetano de los Fallecidos. Por último, el Diario Indio concluído en un monasterio budista de Nepal traza la parábola de un vjaje y la culminación del diálogo que toda la novela escucha: Oriente/Occidente. Víbora Sagrada, Cobra es un anagrama de Copenhague, Bruselas y Ámsterdam, el nombre de un conjunto de pintores, el verbo cobrar... un eco de ´barroco´ y de ´Córdoba´