Cultivando emociones dos. Educación sensible de ocho a doce años Todas y cada una de las mañanas del planeta son caminos sin retorno, escribía el francés Pascal Quignard en aquella reservada novela que después llevaría al cine con tanta maestría Alain Corneau. En ella recreaba con determinadas licencias artísticas la vida del gran violista Marin Marais, de quien la Historia de la Música honra hoy día la memoria, y de su profesor Sainte Colombe. El largo envolvía la trama en una profunda reflexión sobre la naturaleza del arte y la fuerza de la voluntad digna de mentar. Todas y cada una de las mañanas del planeta tomamos resoluciones que nos llevan a ser aquello que somos en el instante presente, podríamos leer nosotros a propósito de esta refulgente publicación que ve ahora la luz. Pues la dimensión sensible del humano se halla en el origen de muchas de las resoluciones que tomamos día a día y que van conformando, durante nuestra historia personal, aquello que somos en el instante actual. De acá se desprende la enorme trascendencia de que dediquemos parte de la tarea educativa a la competencia sensible. Al lado de los conocimientos adquiridos o bien de las habilidades desarrolladas en unas materias o bien otras, una persona con una dimensión sensible sana está cerca de llegar a ser una persona efectuada, al tiempo que una persona con una dimensión sensible sin enseñar corre un peligro serio de conllevar consigo una vida infeliz. De manera estrecha vinculada al planeta de lo sensible se halla la cuestión de la libertad. Y explico el motivo. Enseñar en la libertad en frente de las tiranías externas no es algo nuevo, por suerte, en nuestras sociedades occidentales. Formamos cada día en la libertad física, en la libertad de pensamiento, en la libertad de expresión o bien en la libertad ética. Ni tan siquiera para la propia pedagogía la cuestión de la libertad es algo reciente: está integrada entre sus paradigmas en forma de principios bien afianzados como los constructivistas y aquellos que transforman al pupilo en el protagonista de su proceso de aprendizaje en frente de las proyecciones extrañas del ambiente formativo familiares, profesores o bien exactamente el mismo sistema educativo. No obstante, ¿quién nos ha educado hasta el momento en el ejercicio de la libertad en frente de nuestro planeta sensible? ¿Quién nos ha dispuesto para ser eficientes en el manejo de ese cosmos azaroso de turbulencias que son las emociones humanas? Hemos tardado muchos siglos demasiados en ser siendo conscientes de que la dimensión emotiva del humano precisa de una educación acertada y sólida, fundamentada en lo científico y orientada desde lo psicopedagógico, a fin de que los pequeños y pequeñas no se transformen en un juguete dudoso de sus sentimientos, sino se asocien con ellos para edificar una vida plena