Es un texto de juventud, escrito a lo largo de unas vacaciones otoñales en el año trescientos ochenta y seis d. de C., en el Casiciaco, una finca de un amigo próximo, cuando Agustín recién se había transformado al cristianismo. Es parte integrante de los diálogos en los que comienza una nueva vida intelectual y ética, es el comienzo de su lucha por la fe, en frente de las asechanzas de las pasiones y contra los contrincantes de la fe: heréticos y paganos. Agustín había peregrinado por los vericuetos que ese planeta en descomposición le ofrecía; en su busca, no consiguió lo que aguardaba del maniqueísmo, no pudo encontrar la verdad hasta el momento en que logró librarse de las pasiones, la soberbia, la jacta y los apetitos carnales. En el Casiciaco, Agustín se refugia en una tensa quietud que le servirá de preparación para la enorme batalla. En esta obra se advierte un optimismo que, en obras siguientes de contenido filosófico superior, va a desaparecer para dar sitio a una concepción del hombre y de una vida más estricta La dicha forma el centro de este diálogo, tema que por su parte, formó el centro mismo de la especulación ética en todo el pensamiento viejo, puesto que toda la moral griega y romana es eudaimonista. La obra se conforma de 36 apartados distribuidos en 4 episodios, en el primer capítulo, Agustín lo dedica a Teodoro, para mostrarle las contrariedades de que se libró al cobijarse en el puerto de la filosofía cristiana, puerto desde el que se adentra en la zona y tierra firme de la vida dichosa, sin embargo, en la mayor parte de casos, no bastan la razón y la voluntad, sino hace falta alguna tempestad que empuje al hombre a tan codiciada tierra. Más tarde ampliaría su filosofía y visión del planeta con los Soliloquios en los que los dialogos procuran la pedagogía para la meditación. Acabarían con su obra autobiografica más conocida: "Las Confesiones" en las que explica y aclara su tormentoso pasado hasta llegar al encuentro de la paz, siempre y en todo momento alentado por su madre Santa Mónica a la que resalta en su relevancia en el texto. Ella siempre y en toda circunstancia consiguió el soporte del Prelados San Ambrosio que fue el que le llevo a conocer los escritos de Plotino y Pablo de Tarso a través de los que se transformó al Cristianismo, llegando a ser declarado Doctor por la Iglesia Católica