Surante la revolución de España, un Cádiz en ebullición vino a ser el escenario del enfrentamiento ideológico entre partidarios y opositores del nuevo régimen, entre liberales y serviciales. Ahora bien, la lucha política excede extensamente el marco de las renacidas Cortes, y busca ganarse a una incipiente opinión pública que, si bien reducida territorial y numéricamente, prosigue con emoción discusiones y debates. Y uno de los frentes definitivos es el de la terminología, el combate por las palabras que, al nombrar de una manera determinado las cosas, las orienta cara uno o bien otro bando. De ahí la necesidad de imponer el propio léxico a través de muy abundantes alegatos, periódicos y folletos, con los que se razona, se disiente, se rechaza o bien sencillamente se caricaturiza al revés. Y en mil ochocientos once, conforme Modesto Lafuente, "enfervorizó esta guerra la aparición de un folleto titulado El Diccionario manual, en que bajo la apariencia de proteger la religión y las añosas tradiciones, a su modo entendidas y también interpretadas, desatábase de una manera violento contra las Cortes y sus providencias. Dio esto ocasión a que esgrimiera su corrosiva pluma el bibliotecario de las Cortes don Bartolomé José Galán, y a que publicara, para satirizar y caricaturizar al autor del Diccionario manual, su insigne Diccionario críticoburlesco, en que lejos de limitarse a desenmascarar a su contrincante en términos mesurados si bien festivos, incurrió en el extremo opuesto, tratando con indiscreta soltura y ligereza puntos que se rozaban con temas religiosos." Menéndez Pelayo lo valora así: "Con título de Diccionario razonado, manual para inteligencia de determinados escritores que por equivocación han natural de España, habíase difundido un folleto contra los renovadores y sus reformas; obra de servir escaso, mas de algún chiste, además de la resonancia extrema que las circunstancias le dieron. Pasaban por autores los miembros del Congreso de los Diputados Freire Castrillón y Pastor Pérez. Conmovióse la grey revolucionaria, y designó para contestar al anónimo diccionarista al que tenían por más agudo, tradicional donairoso de sus escritores, a D. Bartolomé José Galán, bibliotecario de las Cortes." Los 2 diccionarios disfrutarán de un notable éxito entre sus respectivos seguidores, lo que les deparará repetidas reimpresiones. Nos hallamos, pero, frente a unas obras alejadísimas de la literatura de ideas, del discute intelectual, de la argumentación razonada. Lo que priva es el chafarrinón, la caricaturiza y el humor grueso para caricaturizar a la inversa. Naturalmente, esta artillería solo resulta eficaz para los propios paisanos ya persuadidos, que gozan con la reafirmación, a través de trazos gruesos, en los propios prejuicios sobre el oponente que, naturalmente, forman una reprochable secta (en estos 2 siglos no han alterado mucho las herramientas de publicidad política...) Esta obra que presentamos fue clasificada normalmente como anónima, hasta el momento en que en mil novecientos noventa y seis el maestro Germán Ramírez Aledón pudo confirmar la autoría de Justo Pastor Pérez, "un obscuro funcionario maestresala de rentas decimales en el partido de Urbe Real, que por sus ideas sostuvo una situación de clara adhesión a los principios de la monarquía absoluta y de la persona que la encarnaba en España en aquellos instantes, Fernando VII. Además de esto (...) era hombre leal a las máximas de la tradición más ultramontana de la Iglesia de España, defensora de los privilegios del Viejo Régimen, del absolutismo y de la intolerancia en materia religiosa, representada meridianamente por el Tribunal del Beato Oficio." Tras el golpe de Valencia, conseguirá el reconocimiento por la parte de Fernando VII, y también de la Santa Sede. En un despacho de once de octubre de mil ochocientos catorce, escribía a Roma el nuncio: "Si en la desgraciada temporada de la pasada revolución, muchos escritores maliciosos han plagado España con periódicos infamantes, la Religión y el Trono no han carecido de recelosos y sabios apologistas, que han publicado obras dignas de perpetua memoria y han proporcionado los antídotos para contrarrestar la infección de la opinión y la corrupción de las reglas. Uno de los jornales de esta clase que más se han señalado es el titulado Procurador General de la Nación y el Rey. El creador primordial ha sido un muy bravo seglar Don Justo Pastor Pérez, el que tras haber descubierto los planes y el lenguaje de los llamados Liberales con su Diccionario Manual razonado, impreso, impugnado de mala manera por Galán con su Diccionario Burlesco, le empezó a combatir con su Procurador, y semejantes han sido sus golpes reflexivos, que ha logrado el efecto de mantener y enardecer a la Nación y sostenerse asimismo firme en la Religión y en el amor a su Rey. El último golpe profesor que dio que dio para la total ruina de los Demócratas fue la hoja que imprimió en Valencia, estando S. M. allá, con el título de Lucindo, del que remito un ejemplar. Merece la pena, si bien sea conocido allá su Diálogo del Sí y el No (...). A estos méritos singulares se agrega la horrible prosecución que el Pérez ha sufrido, y si no hubiese estado presto a huir, habría sido efectivamente víctima de semejantes filofimastini (sic). Apenas llegado el Rey a Valencia fue Don Justo el primero en presentarse y con noble resolución le charló y aconsejó calorosamente los temas de la religión y de la Iglesia, que regresase el Nuncio a España, que se restituyese el tribunal de la Inquisición, que se restablecieran los Conventos y los recursos a los Regulares y que se restituyesen los Jesuitas."