Dictadura del diseño – Carlos Carpintero Por norma general a los diseñadores nos agrada opinar y discutir oralmente, mas es curioso que, si bien la reflexión y el discute acostumbran a ser apreciadísimos y reivindicados entre profesionales, estudiantes y enseñantes, por cierto motivo, nos cuesta bastante poner por escrito nuestras “infinitas” y “creativas” ideas: charlamos mucho y escribimos poco. Prueba de ello es que, en la mayor parte de las gacetas y libros de diseño, prevalecen notoriamente las imágenes por sobre las palabras. Es entendible que eso suceda, tratándose de actividades más vinculadas a la producción gráfica que a la intelectual. Sin embargo, toda actividad merece un buen nivel de reflexión sobre si misma; algo esencial para su evolución y actualización. Quienes están inmersos en el campo profesional tienen la disculpa de la carencia de tiempo. El día tras día de un diseñador no deja instantes para meditar sobre el propio hacer. Mas la producción reflexiva de quienes se desempeñan en los campos académicos asimismo es bastante pobre. Y eso no tiene disculpa. Más concida todavía que esta escasez de reflexión escrita es la baja voluntad para discutir y confrontar ideas entre los pocos que escriben. En las gacetas de diseño, que cada vez son menos, prevalece la información técnica y también instrumental por sobre la reflexión y la crítica. Quienes escribimos textos reflexivos sobre diseño (o bien sobre lo que sea) conocemos bien la diferencia entre tener ideas y escribirlas, algo considerablemente más bastante difícil. Al ponerlas por escrito, las ideas cambian, se vuelven más estrictas, más precisas. Firmar un texto con el propio nombre implica un compromiso realmente fuerte con lo dicho, que fuerza a ser estricto. Lo formal todavía tiene peso, afortunadamente