El emperador Juliano (trescientos treinta y dos mil trescientos sesenta y tres d.C.), a quien los cristianos llamaron el Apóstata por su rechazo de la fe cristiana, es un atractivo personaje de las postrimerías del planeta pagano, en un tiempo en que el enorme legado cultural helénico se resiste por última vez a ceder la hegemonía cultural al cristianismo. Juliano, formado en la literatura tradicional y las concepciones paganas, abandonó con pesar sus estudios cuando se le proclamó César y después Augusto. En el poder, profesó sin disimulo su paganismo, instituyó la tolerancia religiosa y recobró templos y cultos griegos. Defensor de una causa perdida, entre el Edicto de Milán de trescientos trece sobre libertad de culto y el de Teodosio (trescientos ochenta) que instituye el cristianismo como religión única del Imperio, su intento de restaurar las viejas opiniones en los dioses del Panteón pagano aparece como un patético fallo histórico. Juliano fue un enorme escritor. Su obra, compuesta en las emergencias de la vida política, forzada en ocasiones al disimulo y al enmascaramiento cortesano, en un entorno de odios y también hipocresías, deja entrever no obstante su espíritu intenso y su idiosincrásica personalidad. Este volúmen entiende los alegatos VI al XII. Cara a Temistio: Temistio (trescientos diecisiete mil trescientos ochenta y ocho), sofista apasionado a la filosofía, hombre teorético y práctico a un tiempo conforme sus convicciones y actividades, tuvo una relación bastante intensa con Juliano desde los años de educación del príncipe en Constantinopla hasta su marcha a Antioquía o bien, conforme Bidez, hasta la llegada a la corte de Máximo de Éfeso a inicios del trescientos sesenta y dos.. Contra el insolente Heraclio. A la madre de los dioses. Contra los 5 iletrados. El banquete o bien Las saturnales (los Césares). Al rey Helios. Alegato de Antioquía o bien El oponente de la barba (misopogon)