Educación, ciencia, tecnología y sociedad – Mariano Martín Gordillo Vamos a imaginar que somos profesores de ciencias. Mejor todavía, que somos jóvenes profesores de ciencias que nos encaramos a una profesión que tiene para nosotros considerablemente más futuro que pasado. Como resulta lógico, nos vamos a suponer asimismo como personas con inquietudes profesionales, de esas que se hacen preguntas sobre el qué, el para qué exactamente y el de qué manera de su trabajo. Pongamos que alguien nos hace llegar un cuestionario con diez preguntas sobre diferentes aspectos de nues¬tra profesión. Un cuestionario como el próximo. 1. ¿Es útil la educación científica? dos. ¿Es recomendable instruir la ciencia en contexto social? tres. ¿Es recomendable enseñar los aspectos valorativos (éticos, económicos, políticos) al educar ciencias? cuatro. ¿Pueden resultar motivadores los contenidos científicos para su enseñanza? cinco. ¿Qué debemos instruir de la ciencia, los resultados o bien los procesos que los han hecho posi¬bles? seis. ¿Debemos reducir la ciencia y su enseñanza a una serie de conceptos? siete. ¿Es posible educar ciencias proponiendo trabajos cooperativos en los que participen los pupilos? ocho. ¿Es la manera en que aprendimos la ciencia el mejor modo de enseñarla? nueve. ¿Son convenientes los programas y los libros escolares de las materias científicas? diez. ¿Podemos decidir muchas cosas cuando enseñamos ciencias? Con las ganas propias de los jóvenes profesores intentaremos ir respondiendo a cada una de esas preguntas. A la primera respondemos, evidentemente, que sí. La educación científica nos semeja realmente útil. De otra manera estaríamos diciendo que nos dedicamos a una cosa inútil y eso es una cosa que na¬die desea. Mas, ¿por qué razón y para qué exactamente es útil la educación científica? Lo que enseñamos es útil por el hecho de que está ahí, por el hecho de que es parte de la realidad en que vivimos y pues la alfabetiza¬ción tecno científica es indispensable para entender y enfrentar apropiadamente los desafíos que aguardan a los humanos del siglo veintiuno. La educación científica es útil, por ende, para la for¬mación general de los ciudadanos por el hecho de que estos viven en un planeta en buena medida construido por la ciencia y la tecnología y, en consecuencia, tienen que participar en numerosas resoluciones relaciona¬das con el manejo y el control de ese planeta, tanto en el papel de los especialistas que lo desarrollan como en el de los profanos que lo gozan o bien padecen. De ahí que la contestación a la segunda pregunta nos semeja asimismo evidente. Por supuesto que sí, ciencia y sociedad no pueden continuar como aspectos alejados en la educación científica. La in fluencia de lo social en el propio desarrollo de la ciencia o bien los efectos sobre la sociedad y el medio ambiente que comporta la actividad tecno científica son temas que no deben faltar en una conveniente enseñanza de las ciencias. Mas acá comenzamos a sentir que deSeos y realidades qui¬zá se alejen un tanto. Por el hecho de que no es exactamente lo mismo la teoría que la práctica real en la enseñanza de las ciencias. No cabe duda de que siempre y en toda circunstancia pretendemos ilustrar con referencias reales lo que enseña¬mos de nuestras disciplinas, mas al decir esto nos percatamos de que si mencionamos a lo real como ilustración o bien aplicación de los contenidos que estimamos centrales reconocemos que, generalmente, están alejados de esa realidad social para la que hemos dicho que la ciencia es esencial. Semeja que debemos justificar la relevancia social de las mitocondrias, de los iones o bien de la aceleración angular por el hecho de que, de suyo, semejantes conceptos podrían enseñarse y aprenderse como absolutamente separados de sus posibles repercusiones para la vida diaria. En la tercera cuestión nos vemos enfrentados nuevamente con lo políticamente adecuado. En la actualidad muchos enseñantes de ciencias han oído charlar del enfoque CTS (Ciencia, Tecnología y Socie¬dad) y es bastante difícil negar la razón que este movimiento tiene al entregar suma importancia a los as¬pectos valorativos y discutidos del propio desarrollo de la ciencia. Los problemas éticos, los lí¬mites en la investigación o bien el compromiso social de la actividad científica son temas sobre los que no cabe negar su relevancia. Mas ¿valoramos estas cuestiones como una parte de los aprendiza¬jes científicos de nuestros pupilos? ¿Cuánto tiempo dedicamos en nuestras clases de ciencias a los debates en torno a ellas? Vemos de nuevo que no siempre y en toda circunstancia lo que hacemos cotidianamen¬te al educar ciencias coincide con lo que afirmamos que es fundamental en ellas. Frente a la cuarta cuestión nuestra contestación es indudable: sí. Las ciencias tienen contenidos muy motivadores para su enseñanza. A qué pequeño no le ha maravillado la ciencia y la tecnología. Sea el traje de astronauta, sea la bota del naturalista, sea la bata del estudioso, probablemente alguno de esos atuendos ha poblado nuestras fantasías infantiles y hasta posiblemente haya sido el origen de nuestra vocación cara los estudios de ciencias. La ciencia es emocionante. En verdad, la vida de los científicos acostumbra a ser la de unos seres apasionados por su trabajo. Descubrir de qué forma marcha la realidad es una compañía tan alucinante como explorar nuevos territorios. Sin embar¬go, acá asimismo nos asaltan las dudas. Si para unos el aprendizaje de la ciencia es un auténtico camino iniciático que les deparará una vida feliz, ¿por qué razón para otros resulta un tortuoso reco¬rrido que solo desean desamparar lo antes posible? ¿Va a ser la ciencia algo necesariamente minorita¬rio? Repasando las contestaciones que dimos a las preguntas precedentes deberíamos decir que no, que en la educación debe haber ciencia para todos. Mas viendo las caras de ciertos pupilos frente a la síntesis de proteínas, los polímeros o bien la energía cinética no no cabe duda de que podamos negarlo rotundamente