Un libro ya tradicional en las ciencias sociales (y no solo en la antropología) y, además de esto, una obra para ser leída por todos y que sostiene continuamente la sonrisa en el lector. Como explica Alberto Cardín en el prólogo, "rara vez se habrán visto reunidos, en un libro de antropología, un cúmulo tal de situaciones entretenidas, referidas con inimitable humor y gracia, y una competencia etnográfica tan afinada, como las que Nigel Barley ofrece en esta minuta de su trabajo de campo entre los dowayos, efectuado en mil novecientos setenta y ocho. (...) La virtud del libro de Barley, en este sentido, es que está repleto de personalidades que evolucionan como verdaderos actores, con una vida propia cargada de colorido, y una profusión y pluralidad realmente pasmosos". Y todo ello con una incesante ironía (que otros definirán como humor inglés), una "ironía desveladora, cargada de sabiduría humana y teorética, y radicalmente antropológica si bien tan poco la hayan practicado hasta el momento exactamente los mismos antropólogos, transforma a Barley en un auténtico ejemplo para la profesión en 2 sentidos: como envidiable vulgarizador sin pérdida de rigor (cosa completamente inhabitual, y totalmente precisa), y como hábil penetrador de la opacidad de otras etnias (y de otras psiques normalmente), de la única forma que esto puede hacerse: con precaución, con humor, con determinadas triquiñuelas del oficio (cuya receta nos da), y confiando pacientemente en la fortuna". Barley estudió a lo largo de un par de años, instalado en una choza de barro, a una muy ignota tribu de Camerún. Incluso conociendo la teoría del trabajo de campo, jamás lo había efectuado en la práctica. Y prácticamente no subsiste a él. Su estudio fue editado por el MuSeo Británico como una simple curiosidad. Fue el éxito que tuvo entre sus lectores el que llevó a que el libro pasara, como afirmábamos, a transformarse en uno de libros científicos más entretenidos que se hayan escrito, publicándose ya por editoriales no especializadas