El arte de vivir responsablemente Respetar la vida del resto, su libertad, identificarnos con las personas que padecen, asistir a quienes lo precisan, son solo ciertas peculiaridades que prueban rasgos esenciales de las personas y su deber frente a la sociedad. Mas ¿somos concientes de la responsabilidad que tenemos frente a la sociedad y de que nuestra vida está conectada con el bienestar de las personas que nos ro­dean? Este folleto presenta un breve resumen de la relevancia de vivir responsable­mente y comprometidos con el bien común. Devolverle a la sociedad un poqui­to de aquello que recibimos, no está demás. Somos una parte de una sociedad El humano es un ser material que está vinculado a cosas y personas: Familia Lengua Cultura, entre otros muchos. Por estos vínculos se desarrolla, por el hecho de que los precisa como persona. El pequeño cuando nace no sabe que la sociedad en la que vive ha costado siglos de es­fuerzo. Todo cuanto le circunda le semeja natural, tal y como si existiese desde siem­pre: escuelas, centros de salud, libros, señalizaciones, medios de transporte, idioma, cuando realmente son conquistas humanas. Siendo sociales por naturaleza, no somos felices sin ella. Sin la familia la vida no sería posible, mas asimismo la familia precisa de la sociedad. La persona es por naturaleza social. Cuando pequeños, nuestra existencia se desarrolla en el hogar, vecinos, maestros, compañeros de escuela y diversiones, después son colegas, jefes, subordinados, de forma que la existencia transcurre entre bastante gente. Esta compañía humana es la propia sociedad y a todos aun a quienes só­lo se halla de paso, en la calle, una vez en la vida, se les debe el respe­to social. El respeto a la sociedad y el de ca­da uno de sus miembros es lo que torna posible la convivencia de los humanos. La política tiene co­mo labor que esta convivencia sea la más justa, tanto en cada agrupamiento y de cada nación co­mo entre unas y otras naciones. La subsistencia de la sociedad tiene por imprescindible la subsistencia de cada persona. Las buenas obras son el objeto de respeto para todos; romper un vidrio por el gusto de hacerlo, destruír un jardín, pintarrajar las paredes, dañar una señal o bien un teléfono público, tirar basura en la calle, torturar animales, son actos in­morales. Quien los hace le provoca un daño a la humanidad, destroza el bien común. El “bien común” es la ayuda entre las personas para conseguir su natural fin co­mún. Algo básico en este fin es el bienestar material: casa, vestido, sustento. Se requieren verdades radicales para lograr el bien común, que asimismo fa­cilita el bien particular, si bien puede representar el sacrificio de proyectos per­sonales por los demás: socorrer a un accidentado o bien un indigente, visitar a un enfermo, entre otros muchos. Evidentemente la responsabilidad no puede ser exactamente la misma para todos, debido a que el comportamiento social que tiene un artista, un político, un intelectual, un médico, un atleta, es de mayor trascendencia por su repercusión. Cada uno de ellos debe participar en el bien común conforme le corresponda. Mi deber con la sociedad El deber es una posibilidad libre que nos impone racionalmente su elección: respetar la vida del resto, su liber­tad, la propiedad, los compromisos. La gente inmadura centra su interés sobre sí mismos, en cambio la prudente perci­be el deber de asistir a quien padece. La práctica del bien supone el acata­miento de respetos inapelables: no se pueden desatender sin que lo reproche la conciencia. Tampoco se cumple para conseguir una ventaja práctica, o bien para ganar un premio. Su observación lleva consigo una satisfacción ética. La hu­manidad no podría sobrevivir sin obede­cer a estos respetos morales: salvar a un náufrago, atender un herido, devol­ver algo encontrado, auxiliar a una víctima. En ocasiones su acción va contra nuestro favor: el conductor que atropella a un viandante en su camino desierto y en lugar de huir lo atiende. Se reconoce de este modo un bien superior. En este reconocimiento se fundan la armonía de la sociedad, la existencia de los pueblos y de las personas. Sin este sentido de nuestros deberes, nos destrozaríamos unos con otros, o bien solo viviríamos como los ani­males. “Dos cosas me llenan de admiración: el cielo estrellado fuera de mí y el orden ética en mí”. Kant