El Asesino Dentro De Mi Jim ThompsonCentral City, Texas. cuarenta y ocho habitantes. cuarenta y ocho ánimas. Allá, naturalmente, la gente afirma cosas como "el viejo Bob Maples, el sheriff", o bien "la vieja granja de los Branch". Se afirma "qué demonios", se trata de "señorita" a las solteras. El adjunto del sheriff de Central City, Lou Ford, espera con el sombrero en la mano en el cobertizo tras tocar la puerta. Un sombrero de ranchero, el suyo, un sombrero Stetson. Él afirma "el Stetson", tal y como si todos y cada uno de los lectores fuesen de las llanuras sucias de Texas y debiesen saber que es un sombrero. Jim Thompson tampoco especifica desde dónde, de qué manera y para quién escribe el narrador Lou Ford el manuscrito de "El asesino en mí" (RBA).Es una de las trece novelas que escribió por encargo Thompson para el sello Lion, una editorial para tamaño de bolsillo, a la venta en los quioscos. trece novelas en 4 años (diecinueve millones quinientos veinti mil novecientos cincuenta y seis). Los quioscos se quedarían llenos de sangre desparramada sobre la acera. Las es parcas, los pasos lentos, las lentas palabras del asistente del sheriff se cruzan por una letra en cursiva. Aparece cuando mienta su "enfermedad". Estas palabras inclinadas son la jaqueca cabezota que zumba entre 2 saludos cotidianos:"Tenía ganas de soltar una carcajada. Tenía ganas de chillar. Tenía ganas de lanzarme sobre él y hacerle pedazos". En la novela más simbólica del autor, "mil doscientos ochenta ánimas" (mil novecientos sesenta y cuatro), se reanudan estos pasos lentos de sheriff con Nick Corey, haciendo crujir el suelo requemado de Potts County. Y asimismo se prende la mecha tal y como si tal cosa, un azar de las primeras(las elecciones locales, una charla). Los dos, narradores, con el asesino en sí que sale, y la placa titilando.Abrimos las puertas de estos libros y, solamente meter la nariz, ya tenemos una deriva sanguinolenta de los ademanes, de los pensamientos. En un instante dado estos hechos horribles suceden, sencillamente. Llanamente. Y no sabemos a quién solicitar cuentas. Thompson sabe incorporar unas gotas de razón a la escabechina, mas las justas. Esto es, pocas.La intriga. La enfermedad. Una venganza. El poderoso y aborrecible Chester Conway, de la Conway Construction Company. Los oleoductos, las carreteras, el estruendos de las máquinas de extracción de petróleo. Las mujeres y los traumas. En ocasiones deja puntos suspensivos y palabras partidas por la mitad. De este modo se leen de veloz estas Henry Miller o bien Céline, exuberantes, poseídos de imágenes, poseídos de espumarajos y también insultos, intentaron inmoralizar a base de salvas estéticas, de brillo en la palabra liberada (asimismo en la expresión fea). El parco Thompson se traga peor con tanta parquedad, con diálogos lentos, tan bien medidos, con tanta contención en el desvarío."En muchos libros que he leído, el creador semeja descarrilar, aloquece cuando llega al instante culminante. Comienza a olvidarse de los signos de puntuación, suelta todas y cada una de las palabras de una vez y divaga sobre las estrellas que parpadean y que se sumergen en un profundo océano opaco. Y no hay forma de enterarse si el protagonista está sobre la chavala o bien de una piedra. Creo que esta clase de manía pasa por tener un enorme valor intelectual". Lo afirma Lou Ford, el narrador detallista y también impudoroso. Hete aquí su declaración de pretensiones (y la de su autor)