El cacique es una narración rica en peripecias y sucesos, que se desarrolla en forma sumamente diligente y llena de sorpresas con lo que a la aventura individual de los personajes se refiere. Por contra, en lo relativo a su fondo social, pesa, desde el primer momento en que se plantea la situación, como un halo de desgracia que desembocará en la solución fatal y previsible que viene determinada por la condición acomodadiza y ruin de las fuerzas vivas del pueblo que es escenario único de la novela. Luis Romero se enfrenta con los inconvenientes que brotan en ese pueblo en el instante en que muere un cacique que lo ha tenido dominado largos años. La narración dura poco más de treinta horas y acaba cuando, terminada la liturgia del entierro, los hombres cobardes y ególatras, esas fuerzas vivas a que hemos mencionado, se aproximan a rendir pleitesía al nuevo cacique, que asimismo los oprimirá y va a explotar a cambio de ejercer sobre ellos una vaga tutela. Mediante los personajes, dibujados con el crudo y acertado trazo a que nos tiene habituados Luis Romero, tenemos la impresión de acudir a la disección de un cuerpo, un cuerpo social que es como una alambrada que cerca y aprieta el destino individual de esos hombres y mujeres. El relato, fuerte, vivo, está resuelto prácticamente por entero a través de diálogos ensamblados en una enorme riqueza de situaciones. El sarcasmo y el vigor es tal, que llega a semejarnos irónico a fuerza de ser realista; y esto no por el hecho de que el creador utilice la ironía como instrumento, sino más bien por el hecho de que el foco inexorable de Luis Romero se proyecta sobre el descomedido y también injusto vivir de un pueblo donde otro hubiese creído ver una vida idílica o bien, todo lo más, un pintoresquismo tradicional