Todos , incluso sin darnos cuenta, esta­mos viviendo las etapas iniciales de uno de los más esenciales descubrimientos científicos de la Historia. Desde el nacimiento de la Química moderna, acontecido un poco antes de mil ochocientos hasta hace un tiempo, los biólogos se preguntaban cuál es la naturaleza de la vida, sin hacer más que cortos avances en torno al tema. Ciertos, desalentados, se resigna­ban a dar por insoluble el misterio de la vida y sus mecanismos, algo que el cerebro del hombre jamás podría entender. Hasta el momento en que llegó la década de los cuarenta. Mientras que la guerra conmocionaba al planeta, un apasionado anhelo de creación se apoderó de los hombres de ciencia de todas y cada una de las naciones, (Esta relación entre guerra y inventiva se ha advertido ya en otras ocasiones, si bien raras veces se ha pretendido uti­lizarla como disculpa de la guerra.) Los bioquímicos ya habían aprendido a utilizar átomos radioactivos en sus investigaciones sobre organismos vivos. Los incorporaban a compues­tos, a fin de poder proseguir estos por el cuerpo. Cuando, en los años cuarenta, merced al reactor nuclear, se pudo contar con de átomos con mayor sencillez, los bioquímicos los usaron para desen­redar ciertos hilos que forman el compli­cado entramado de la química anatómico. Asimismo en aquella década los bioquímicos aprendieron, a separar los componentes de hete­rogéneas mezclas usando sencillamente una hoja de papel ab sorben te, disolventes ordinarios y una caja hermética. Por otro lado, usaban asimismo complicadísimos instrumentos: microsco­pios electrónicos que aumentaban los objetos cien­tos de veces más que los microscopios corrien­tes, espectrógrafos para determinar las masas que escogían los átomos uno a uno, etc.. Asimismo en aquella década se dio el paso inicial para efectuar la delineación estricta de la fina estructura de las moléculas gigantes que formán el tejido vivo. Mas el enorme descubrimiento se hizo en mil novecientos cuarenta y cuatro, en el momento en que un científico llamado O bien. T, Avery y 2 colegas suyos estudiaron una substancia capaz de convertir una cepa bacteriana en otra. La sus­tancia era el ácido desoxirribonucleico, conocido por las iniciales ADN o bien DNA; conforme su denominación inglesa. Para el profano, este descubrimiento puede parecer poco esencial. No obstante, echó por tierra conceptos que los biólogos y los químicos daban por descontados desde hacía un siglo. Im­primió una nueva dirección a la investigación de la naturaleza de la vida y también impuso nuevos métodos de estudio. La rama de la Ciencia que ahora lleva por nombre «Biología Molecular» recibió un enorme im­pulso