El alegato profesor de Jesucristo Elena G. de White El Sermón del Monte es una bendición del cielo para el planeta, una voz proveniente del trono de Dios. Fue dado a la humanidad como ley que enunciase sus deberes y luz proveniente del cielo, para infundirle esperanza y consolación en el desaliento; gozo y estímulo en todas y cada una de las contrariedades de la vida. En él oímos al Príncipe de los reverendos, el Profesor supremo, vocalizar las palabras que su Padre le inspiró. Las bienaventuranzas son el saludo de Cristo, no solo para los que creen, sino más bien asimismo para toda la familia humana. Semeja haber olvidado durante un momento que está en el planeta, y no en el cielo, puesto que emplea el saludo familiar del planeta de la luz. Las bendiciones afloran de sus labios como el agua cristalina de un rico manantial de vida sellado a lo largo de un buen tiempo. Cristo no deja que continuemos en la duda respecto a los rasgos de carácter que siempre y en todo momento reconoce y bendice. Apartán¬dose de los ambiciosos y preferidos del planeta, se dirige a quienes desdeñan, y llama bienaventurados a quienes reciben su luz y su vida. Abre sus brazos agradables a los pobres de espíritu, a los mansos, a los humildes, a los consternados, a los menospreciados, a los perseguidos, y les dice: “Venid a mí…, y os voy a hacer descansar”. Cristo puede mirar la miseria del planeta sin una sombra de pesar por haber creado al hombre. Ve en el corazón humano más [4] que el pecado y la miseria. En su sabiduría y amor infinitos, ve las posibilidades del hombre, las alturas que puede lograr. Sabe que si bien los humanos hayan abusado de sus clemencias y hayan destruido la dignidad que Dios les concediera, el Autor va a ser glorificado con su redención. Por medio de los tiempos, las palabras dichas por Jesús desde la cima del monte de las Bienaventuranzas preservarán su poder. Cada oración es una joya de veras. Los principios enunciados en este alegato se aplican a todas y cada una de las edades y a todas y cada una de las clases sociales. Con energía divina, Cristo expresó su fe y esperanza, al indicar como bienaventurados a un conjunto tras otro por haber desarrollado un carácter justo. Al vivir la vida del Dador de toda existencia, a través de la fe en él, todos y cada uno de los hombres pueden lograr la regla establecida en sus palabras