El espéculo del líder – David Fischman ¿Para qué exactamente utilizamos un espéculo? Acostumbramos a hacerlo para poder ver cuál es el aspecto que estamos mostrando a el resto, y si es el que deseamos ofrecer. Mas asimismo lo hacemos para reconocernos como somos. El reconocimiento personal es un primer paso en el autoestudio que debemos emprender si de verdad deseamos desempeñar un papel o bien cumplir cualquier propósito en nuestras vidas. De nada nos serviría ese empeño si no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos. La condición de un líder no depende solo de su voluntad. No es suficiente con estimar ser líder para lograr a serlo. El liderazgo consiste en reunir y conjuntar una serie de atributos que el resto puedan reconocer en la conducta que mostramos. Esos rasgos son presentados en este libro y nos asisten a vernos, o bien no, reflejados en ellos, y a saber cuántas y cuáles de las percepciones que tenemos respecto de nosotros son aquellas que el resto ven como cualidades propias de los líderes. Después de ese autoestudio, el liderazgo demanda actitudes específicas. No son las actitudes del manejo, ni de la manipulación. NI siquiera las del mando. Son las de la persuasión o bien, mejor todavía, las de la Inspiración. No son líderes los que toman ni los que empujan. Más bien son los líderes los que hacen que aquellos con quienes viven o bien trabajan se sientan naturalmente convidados a practicar un determinado modo de vivir. En otras palabras, quienes contagian una singular forma de ser. Para ser capaces de inspirar a el resto, los líderes deben ser ya antes capaces de hallar en sí la fuente de esa inspi­ración. Absolutamente nadie da lo que no tiene ni desborda de lo que no está pleno. De la exuberancia del corazón habla la lengua, afirman los libros sagra­dos. De la totalidad del espíritu aflora el ejemplo, afirmaríamos ahora. Cuando éramos pequeños jugábamos con los espéculos. A veces, lo hacíamos para cegar a el resto con los reflejos del sol. Asimismo para hacer llegar sus luces donde las sombras no lo permi­tirían. Este libro, que ha adoptado como título el nombre del espéculo, no puede cegar a absolutamente nadie, sino más bien debe valer para alumbrar aquellos de nuestros espacios interiores donde las sombras de la vida no permi­ten percibir la claridad