Las sociedades tradicionales disponían frecuentemente de instituciones y valores comunitarios: concejos, gremios, trabajos colectivos en el campo, cofradías de todo género... hasta las genuinas repúblicas colectivistas que eran monasterios y conventos. Mas las transformaciones sociales, económicas y de pensamiento que acabaron en la revolución industrial y en el liberalismo, pusieron el acento en el individuo, al que se procuró desligar de aquellas agrupaciones próximas que eran vistas como retrógradas. Las identidades colectivas se hicieron más abstractas (la nación, el pueblo, la humanidad), y fomentaron una participación más sentimental que real y, en consecuencia, quedaron vital y prácticamente más distanciadas de las personas. Los que rechazaron este nuevo statu quo condenaban su individualismo desde 2 posturas opuestas: un tradicionalismo a todo trance que idealizaba el viejo planeta en trance de desaparecer, y un socialismo que deseaba crear un planeta nuevo. Estos primeros socialistas eran empresarios, intelectuales y políticos que planteaban soluciones dispares para superar los rebosantes ángulos oscuros de la boyante sociedad capitalista. Después, y de modo desdeñoso, Marx los motejará de utópicos para de esta forma descalificarlos. Entre todos resaltó el francés Hables Fourier (diecisiete millones setecientos veinti mil ochocientos treinta y siete). Agente de comercio (un trabajo que no le resultaba agradable), dedicó un ingente esmero a examinar la sociedad desde presupuestos ilustrados. Rechazaba el industrialismo, el desarrollo urbano y de la población, y el capitalismo comercial, y planteó la que consideró una solución armoniosa: el falansterio. Es una colectividad no exageradamente grande, erigida en en el campo y independiente, que abarcaría todas y cada una de las actividades productivas: agricultura, industria... Ahora bien, lo realmente especial es el rechazo absoluto a la especialización, que desde su opinión provocaba el aburrimiento ante trabajos deshumanizadores, y hacía ineludible la aparición de clases sociales y jerarquías. Para evitarlo, todos y cada uno de los miembros del falansterio deberían dedicar no más de una hora y media seguida a cada una de las treinta o bien cuarenta labores distinguidas en las que deberían girar. Fourier especificó hasta un grado de precisión atractivo los más intrascendentes detalles de su falansterio: su arquitectura y decoración, el número y horario de las comidas, los repartos de beneficios y retribuciones (que jamás son por el trabajo específico hecho, sino más bien como miembros de la comunidad), hasta las 5 horas de sueño para los pobres, y 5 y media para los ricos (puesto que los dos sobreviven, si bien tiendan a igualarse)... Posiblemente nos llame la atención saber que los zapatos van a durar diez años, que el trabajo va a ser gratificante, que el comedor colectivo servirá mejores platos que los mejores restoranes de su tiempo, y que la sana emulación entre los diferentes equipos de trabajo va a ser suficiente para conseguir la eficacia. Ahora bien, cuando descubrimos las labores que les van a ser encomendadas a los pequeños, tal vez nos preguntemos si, en vez de una Utopia nos hallamos frente al anuncio de las Distopías que el siglo veinte llevará a la práctica..