El laboratorio de idiomas y la enseñanzaaprendizaje de lenguas Diríase que, a principios del siglo XVI, un gerundense de nombre Juan Roget ideó el telescopio. No todos y cada uno de los estudiosos están conformes en atribuirle este mérito al personaje, mas la verdad es que, fuera o bien no su diseñador inicial, la integración a la observación astronómica de esta herramienta marcó un punto de inflexión en el estudio del cosmos, esto es indiscutible. No resulta conveniente, no obstante, olvidar que, a pesar de contar con de este nuevo recurso, muchas de las preguntas esenciales que nuestros más recónditos ancestros se elaboraban sobre el universo han perdurado a lo largo del tiempo y prosiguen actuales, por el hecho de que los astrónomos actuales aún son inútiles de darles contestaciones claras y también incontrovertibles. El telescopio, como tantos otros instrumentos construidos por el hombre, ha ayudado, y prosigue ayudando de forma decisiva, a hacer ciencia y a prosperar en conocimiento y sabiduría, mas los avances alcanzados en estas esferas no se desprenden de modo inmediato de su existencia, sino más bien de la de los hombres que lo han empleado en sus investigaciones y de su capacidad para elaborarse preguntas y encontrar las contestaciones. Lo que vengo a decir, puesto que, es que la psique humana, cuando es inquisitiva y también intelec­tualmente curiosa, tiene la capacidad de proponer interrogantes; las herramientas sirven solo, en el mejor caso, como un medio para asistir a localizar soluciones. Ni el instrumento más complejo, ni la tecnología más evolucionada, ni los programas informáticos más avanzados pueden usurpar a nuestro cerebro su papel impulsor del conocimiento mediante la teorización, de la formulación de hipótesis científicas, de la experimentación y de la interpretación de sus resultados. Si digo esto, que puede resultar sumamente obvio, es por el hecho de que a veces semeja existir en nuestro tiempo una cierta tendencia a confundir —especialmente en el planeta universitario, que es el que conozco, mas probablemente no solo en él— el medio con el fin, la manera con el fondo y la aparien­cia con la esencia, todo lo que tiene mucho que ver con entre otras realidades mencionables los Laboratorios de idiomas. Un Laboratorio de idiomas es, esencialmente, un medio con el que cuentan los profesores de lenguas extranjeras para procurar lograr éxito en su trabajo, o sea, para conseguir que sus pupilos adquieran un dominio razonable de la lengua específica que aprenden. En este sentido, un Laboratorio, sea analógico o bien , no es muy dis­tinto de una biblioteca: los dos son recursos que los enseñantes, y por consiguiente los aprendices, tienen a su predisposición cuando los tienen para lograr sus respectivos objetivos. Como el resto instrumentos, el Laboratorio no es, por tanto, un fin en sí, ni es tampoco en sí ni bueno ni malo, ni ventajoso ni perjudicial para el aprendizaje o bien la docencia. Todo va a depender del empleo que se le dé, de la misma manera que un libro puede o bien no ser académicamente ventajoso en función de en qué momento, de qué forma, por qué razón y para qué exactamente se lea