La escritura es producto de la experiencia y, por su parte, la experiencia está constituida por la memoria individual. En el momento en que un escritor prepara una obra literaria o bien filosófica, lo mismo que el hombre que piensa unas palabras ya antes de pronunciarlas, tiene el único y objetivo principal de dirigir una serie de pensamientos a un receptor. El pensador Emilio Lledó medita en este libro sobre los inconvenientes que supone la transmisión del texto desde su creación hasta su recepción y la permanencia de su contenido en el fluir del tiempo. El silencio de la escritura, con el que su autor consiguió el Premio Nacional de Ensayo en mil novecientos noventa y dos, es una reflexión sobre el proceso sociable y el papel del lenguaje en la filosofía. A través de un análisis de los conceptos que atañen a la transmisión de información desde un transmisor hasta un receptor, con singular énfasis en el uso del lenguaje filosófico o bien literario, Emilio Lledó no ofrece soluciones, sino estudia los inconvenientes con los que sobre todo el lector se halla en el momento de abordar la lectura de un texto. Si el texto es fruto de la experiencia concedida por la memoria individual, el creador ha recibido una serie de ideas que plasmará en su escrito para hacerlas llegar hasta su receptor, el lector, quien por su parte tiene la misión de descifrar su contenido actualizando la información en el tiempo de la lectura. Dicho de otro modo, el texto es un producto del pasado que se proyecta cara un futuro y que cada lector recibe en su presente, con el objetivo de actualizar el pasado en que fue escrito. En definitiva, el texto es un ejercicio que resulta del esmero de su autor por conservar la memoria individual en el campo colectivo de la historia del pensamiento humano. De la misma forma que el texto se hace de forma continua con cada lectura, el lenguaje ha sido, desde su inicio, un progresivo desarrollo del pensamiento y esto explica la necesidad de un Platón para la existencia de un Sócrates o bien el extenso abanico que un cartesianismo abrió para el resto de la filosofía. Lo mismo sucede con la tradición literaria, puesto que no existiría la novela actual sin el Cervantes de las ejemplares, ni las travesuras de los personajes literario españoles sin la huella de Lázaro de Tormes. El lenguaje es conocimiento de uno mismo y, para conocernos, debemos echar la vista atrás, recurrir a la memoria para recobrar el pasado y avanzar cara delante. De ahí que la de Emilio Lledó no solo es una obra de referencia para la filosofía, que recobra el mito platónico de Theuth y Thamus, sino más bien asimismo para el conocimiento de cada individuo en su tiempo. Su lectura nos ayuda a meditar que vivimos en un contexto determinado donde la palabra continúa escrita y precisa de nuestra atención para resucitarla cada vez. La palabra es una semilla que florecerá mientras que haya unos ojos prestos a prestarle atención. En suma, recobrar la semilla plantada por Emilio Lledó no solo ha sido un placer por el tono de su redacción, que al comienzo puede parecer solemne mas que, no obstante, forma una red de la que uno no puede salir, sino más bien asimismo pues nos ayuda a meditar sobre la auténtica relevancia de la lectura y la escritura, el asentamiento de la memoria individual dentro de un futuro colectivo. (Weblog de Jorge Andreu: http://www.jorgeandreu.com)