

Con esta novela Georges Simenon regresa a uno de sus escenarios favoritos: las urbes de provincia, donde la hipocresía de la pequeña burguesía acostumbra a esconder temibles pecados
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Con esta novela Georges Simenon regresa a uno de sus escenarios favoritos: las urbes de provincia, donde la hipocresía de la pequeña burguesía acostumbra a esconder temibles pecados. Y es que en mil novecientos cuarenta y uno, cuando escribió El viajante del día de Todos y cada uno de los Santurrones, Simenon estaba "asilado" en una urbe como la que describe no solo huyendo de la ocupación alemana de Francia, sino más bien "condenado" por un diagnóstico médico equivocado, conforme el que solo le quedaban unos un par de años de vida. Como tantas otras veces, superó el escollo redoblando su entrega a la literatura. En un caso así, nos hallamos frente a la dolorosa iniciación a la vida y al conocimiento de los humanos de un joven a quien todos creen débil y manejable, mas cuyo carácter terminará provocando más de una sorpresa. Y esta es asimismo una de las novelas en las su autor expresó más descarnadamente su concepción de la condición humana. La víspera del día de Todos y cada uno de los Beatos, el joven Gilles Mauvoisin desembarca en el puerto de La Rochelle proveniente de Noruega. Sus progenitores, unos mediocres artistas itinerantes, han fallecido hace poco en un accidente. Además de esto, su tío Octave asimismo ha fallecido hace unos meses y ha legado su negocio de transportes y su fortuna a Gilles, con la condición de que comparta el domicilio familiar con su joven y preciosa viuda, Colette. De súbito, todos semejan estimar a Gilles, de manera especial cierto conjunto de personajes de poco fiar. A su alrededor se marcha tejiendo un entramado de envidias y suspicacias, que se va a romper dramáticamente cuando se descubra que la muerte de Octave encierra un misterio al que no semeja extraña, por lo menos de esta forma lo juzga la gente, su viuda