Walter F. Otto, en este pequeño libro, proyecta lo mejor de su pensamiento y nos deslumbra con su increíble potencia narrativa. Una de las primordiales razones de su excepcionalidad es que se aventura a casar 2 posturas consideradas irreconciliables: el materialismo más puro y la absoluta certidumbre de la existencia de los dioses. Para esto recurre a uno de los pensadores más esenciales y peor comprendidos del pensamiento heleno tardío: Epicuro. Otto arremete, con una economía expresiva portentosa, contra el cúmulo inveterado de clisés que se han desperdigado durante los siglos sobre el ateísmo y el hedonismo epicúreos. La postura filosófica que proclama el máximo placer como fin supremo de la vida es alumbrada por Otto desde una exegesis detallada de los fragmentos del propio Epicuro y de las noticias que nos legaron otros grandes pensadores, como Lucrecio en su De rerum naturaleza. El placer nada debe ver con una escalada desvergonzada, sino se relaciona con la ausencia de dolor; lo que se busca es bienaventuranza y serenidad. De igual forma, el materialismo epicúreo desemboca en una visión divina de la existencia: recordemos que los dioses están hechos de los átomos más sutiles que pueden existir. Otto una parte de una premisa indispensable: la libertad solo es posible si nos acompañan los dioses, en tanto que nos distancian de la estupidez humana y nos aproximan a su esfera, que es pura luz y libertad. En sus palabras, "el culto epicúreo es la religión del hombre superior, el hombre capaz de aguantar que todo suceder terreno no les concierna a los dioses. Esta es la más pura de las devociones, la originaria. El materialismo radical, lejos de cuestionar la creencia epicúrea, la resguardó de las esperanzas, deSeos y miedos humanos que solo podían turbar la magnífica imagen de los dioses"