Jim Barrett es el amo y señor de la Estación Hawksbill. Realmente, lo es de todo cuanto le circunda, del planeta entero. Barrett es un preso político condenado a cadena perpetua y recluido en una prisión distante en millones de años, un penal sin guardas ni alambradas, ubicado en una temporada prehistórica, en el periodo Cámbrico. Formado por unas ochenta chozas, cerca de ciento cuarenta presos comparten una existencia vacía, olvidados por el resto de la sociedad. Arriba es la realidad, la vida; Hawksbill es la irrealidad, la nada. Arrebatados de su tiempo, deportados hasta una data perdida, la llegada de nuevos presos es el enorme evento que todos esperan: noticias sobre el planeta que jamás más volverán a ver. Silverberg, que no se detiene mucho a explicar el funcionamiento de la máquina del tiempo, ni de qué forma pudo ser construida la compleja instalación que deja los viajes (siempre y en todo momento cara atrás), se centra en describir el drama de unas personas que han sido asesinadas en vida solo por proteger sus ideas políticas. Presos de conciencia, oponentes peligrosos de los gobiernos más totalitarios que imponen el peor castigo para ellos. Los viejos ideales revolucionarios, la lucha sindical y la utopia socialista han dejado paso a la enfermedad mental, que poquito a poco se ha ido apoderando de los habitantes de la estación. De este modo, Ned Altman ha decidido fabricarse una mujer de barro con la esperanza de que cualquier día un rayo le insufle vida. Don Latimer, en cambio, consume su energía en hallar un puerto extrasensorial para huir del cautiverio... Mientras que no supongan un riesgo para el resto, sus sueños son respetados por los que aún preservan algo de cordura. Barrett, ya en el ocaso de su vida, recuerda su temprana actividad política al lado de Jack Bernstein, el hombre que le traicionó y precipitó su encarcelamiento. La llegada de un nuevo interno, Lew Hanh, pone en alarma a prácticamente toda la comunidad. Hanh no es como los demás: no habla de política, no entra en discute, no discute ni se cuestiona nada; solo observa a su alrededor. Barrett, imponiendo su autoridad en el campo, ordena su vigilancia. ¿Va a ser un espía del gobierno? ¿Un asesino? ¿Un ido? Si Hanh destroza la máquina, las autoridades van a dejar de mandar los escasos mas valiosos suministros que lanza a intervalos regulares. Sería el fin para la por sí precaria Estación Hawksbill. Silverberg no hace sino más bien denunciar la ausencia de los principios básicos del estado de derecho que aún el día de hoy son pisados en muchos lugares arrestos ilegales, procesos sumarios, torturas, desapariciones en una novela breve, diligente y muy aconsejable