Historia de diez años. Esbozo para un cuadro histórico de los progresos de la alienación social (mil novecientos sesenta y ocho mil novecientos ochenta y uno) Cuando pensamos en estos diez años, en la manera que han dado al espíritu del tiempo, en la trama que han tejido, sobre la que las figuras de la inconsciencia bordan sus previsibles entrelazamientos, pensamos primero en la impotencia, después en la inquietud. Impotencia de los individuos cuya vida entera está más que jamás sometida a las surrealistas demandas del presente sistema de producción, y cuya lamentable charlatanería justificativa, su falso cinismo y su fingida alegría no hacen sino más bien regresar más manifiesta. Inquietud que se apodera de ellos cuando ven, y lo ven prácticamente a cada momento, que las compensaciones que han creído hallar a cambio de su renuncia, resultan, aun como mínimas satisfacciones materiales, exageradamente precarias, pues están totalmente envenenadas por la realidad del trabajo enajenado que es su origen, y cuya proliferación no ha hecho más que extender la miseria y la nocividad. Pese a esa descomposición objetiva del soporte material de la ilusión, la inquietud que corroe a la enorme mayoría de nuestros contemporáneos, y ante todo a esos falsos ricos que son los auténticos ‘nuevos pobres’ (los que la inversión de la patraña oficial llama de esta manera son, en cambio, los pobres de siempre y en toda circunstancia), a los empleados del sistema que acceden a su falsa riqueza, esa inquietud no les impulsa en modo alguno a la rebelión. Semeja que, a la inversa, les hace aferrarse aún más desesperadamente a las realidades sintéticas distribuidas por la producción mercantil, como el neurótico se aferra a los síntomas de su enfermedad, sustitutos de una satisfacción que no ha tenido sitio. Muy normalmente, desde hace diez años hemos visto apuntalarse las ligaduras que sostienen a los hombres amarrados a su desgracia; las que, si bien no llegaron a romperse en parte alguna, se habían aflojado durante un momento. Y al tiempo hemos visto esa desgracia, la desgracia histórica de la alienación social, universalizarse hasta el punto de no quedar fuera de su alcance nada de lo que formaba en otro tiempo la vida inmediata, con sus limitadas satisfacciones