Rastros terrestres es un libro de fragmentos de esos diarios, escritos entre mil novecientos diecisiete y mil novecientos diecinueve, reelaborados (no reescritos) ciertos años después. En él Tsvietáieva respeta su escritura original: su excepcional capacidad de síntesis, la concisión de sus oraciones, su natural manejo de la ironía, el acento propio de su prosa (siempre y en todo momento poética) y su deslumbrante subjetividad. Mas toda esta originalidad no impide la entendimiento de su escritura cuando el lector es capaz de descubrir el ritmo, la cadencia, la musicalidad de un genuino libro de imágenes. Sí, de imágenes que transmiten sobre todo sensaciones y experiencias percibidas por los ojos, los oídos, las manos y los pies de la versista, con los que vio, escuchó, cortó leña, tomó notas y recorrió de la mañana por la noche mercados y lejanas periferias en la Rusia revolucionaria. De esta manera, sin abandonar a su condición de versista, Marina creó una prosa que es prácticamente una radiografía: "En la prosa hay demasiadas cosas que me semejan superficiales, en la poesía (auténtica) todo es imprescindible. Con mi tendencia al ascetismo de la palabra en la prosa, puedo quedarme por último solo con el esqueleto". De suyo bastante difícil, el estilo de Marina semeja prácticamente difícil en esta obra. Afortunadamente solo lo semeja, puesto que para el lector atento y también interesado en Tsvietáieva no es de esta manera. Versista que solo asiste a la prosa por obligación, Marina no escribe, no obstante, de cualquier modo. Lo hace sin sustraerse a su condición de versista, a su original estro. Mas si la poesía de Marina es dura, su prosa no es menos espinosa, debido a que traslada de aquella a esta su especial estilo. Los Rastros son de esta manera una suerte de baúl de donde brotan ideas que atentan, por suerte, contra el los pies en el suelo, contra las ideas prefabricadas. Estos Rastros terrestres son el paso de la vida de Marina Tsvietáieva en el contexto casual de la revolución