"He intentado presentar al Jesús de los Evangelios como el Jesús real, como el "Jesús histórico" en sentido propio y auténtico. Estoy persuadido, y espero que el lector asimismo pueda verlo, de que esta figura resulta más lógica y, desde el punto de vista histórico, asimismo más entendible que las reconstrucciones que hemos conocido en las últimas décadas. Considero que exactamente este Jesús el de los Evangelios es una figura históricamente prudente y contundente. Solo si ocurrió algo verdaderamente excepcional, si la figura y las palabras de Jesús superaban radicalmente todas y cada una de las esperanzas y esperanzas de la temporada, se explica su crucifixión y su eficiencia. Apenas veinte años tras la muerte de Jesús, hallamos en el enorme himno a Cristo de la Carta a los Filipenses (cf. dos con seiscientos once) una cristología de Jesús plenamente desarrollada, en la que diríase que Jesús era igual a Dios, mas que se desposeyó de su rango, se hizo hombre, se vejó hasta la muerte en la cruz, y que a Él corresponde ser honrado por el universo, la veneración que Dios había anunciado en el profeta Isaías (cf. cuarenta y cinco con veintitres) y que solo Él merece. La investigación crítica se plantea con razón la pregunta: ¿Qué ha ocurrido en esos veinte años desde la crucifixión de Jesús? ¿De qué forma se llegó a esta cristología? Realmente, el hecho de que se formaran comunidades anónimas, cuyos representantes se procura descubrir, no explica nada. ¿De qué forma colectividades ignotas pudieron ser tan creativas, contundentes y, de este modo, imponerse? ¿No es más lógico, asimismo desde el punto de vista histórico, meditar que su grandiosidad radique en su origen, y que la figura de Jesús haya hecho saltar en la práctica todas y cada una de las categorías libres y solo se la haya podido comprender desde el misterio de Dios?"