En un sitio sosegado de Seattle y en casa de la familia Lightman, David discurre mediante sus sueños, un tanto extraño a las contrariedades de la adolescencia. Ha cumplido los diecisiete años y mientras que los muchachos de su generación galopean estruendosas motos y vibran bajo las variables luces de las discos, realiza sorprendentes combinaciones electrónicas. Con inaudita paciencia y valiéndose no raras veces de desechos industriales, logra construirse un pequeño computador que se transformará en su mejor amigo. Desde este instante los días sin ningún sentido recuperan para el joven inventor un emocionante significado. Sus progenitores procuran arrancarlo de aquella febril actividad, proponiéndole distintas distracciones que rechaza. Su amiga Jennifer logra un tanto más, mas la vez que lo ubica atrás de su motocicleta, tiene la sensación de llevar tan solo una carga inanimada. David reencarna otra verdad: la era más avanzada de la civilización, el despropósito tecnológico, la eclosión científica en sus más espantosas posibilidades, la activa de una sociedad condicionada por el consumismo estéril y el aburrimiento de lo rutinario. Devorado por la pantalla lumínica donde se repiten cifras, oraciones inconexas y radiaciones fantasmagóricas. David pasa los días en un genuino duelo de posibilidades. Se comunica por teléfono con las computadoras de las más esenciales factorías de juegos electrónicos y entabla con ellas pormenorizadas batallas, enterándose de paso, de fórmulas segregas y de costosos proyectos difícilmente afianzados. En su inocente recreación, nunca puede suponer que un día va a cruzar su camino Joshua, la computadora del Departamento de Defensa de los U.S.A.. La confrontación se va a repetir esta vez mas en términos trágicos por el hecho de que lo que se halla en juego es algo más que la habilidad y la inteligencia. El planeta ha sido conminado y en las coordenadas de la Seguridad Nacional, la hecatombe termonuclear puede generarse en cualquier instante