La urbe de Dios es una obra en veintidos libros de Agustín de Hipona que fue escrita a lo largo de su vetustez y durante 15 años, entre el cuatrocientos doce y el cuatrocientos veintiseis. Es una apología del cristianismo, en la que se confronta la Urbe Divino a la Urbe Pagana. Las numerosas digresiones dejan al autor tratar temas de muy diversa clase, como la naturaleza de Dios, el calvario o bien el judaísmo, el origen y la sustancialidad del bien y del mal, el pecado y la culpa, la muerte, el derecho y la ley, la contingencia y la necesidad, el tiempo y el espacio, la Providencia, el destino y la historia, entre otros temas. El libro se estructura desde la contraposición entre la Urbe de Dios (que representa el Cristianismo, y en consecuencia la verdad espiritual) y la urbe pagana (que representa la decadencia y el pecado). El creador estaba convulsionado por la caída de la ciudad de Roma a manos de Alarico I. El desconcierto que provocó la entrada de los salvajes en la Urbe donde radicaba el Papa, y que había sido referente del Cristianismo desde Constantino I y en especial desde Teodosio I, le hizo cuestionarse sobre el hecho de la desaparición de una civilización entera. La contestación a esta cuestión es que la construcción al que resulta conveniente aliarse y en el que es conveniente trabajar no es la Urbe de los Hombres, sino más bien la Urbe de Dios. La meta de esta obra es, por lo tanto, examinar la oposición entre las dos urbes, sus orígenes, su desarrollo y su final. Desde el primer instante (libros 1 al diez), Agustín trata la religión de la Antiguedad como supersticiosa: por una parte, rebate que se adore a los dioses por el simple motivo de los beneficios que reporten (libros 1 a cinco), y por otro lado, contraría a los que procuran por esa vía la dicha eterna (libros seis a diez). Los libros once a veintidos se consagran al origen y la oposición entre las dos urbes. El libro muestra otro enfoque sobre la creación y lo que nos espera en la vida tras la muerte. No descubre nada nuevo sobre la historia, simplemente como el resultado, de una serie de principios universales. Lo que San Agustín nos ofrece es una síntesis de historia universal a la luz de los principios cristianos. Su teoría de la historia procede rigurosamente de la que tiene sobre la naturaleza humana. Que al unísono deriva de su teología de la creación y de la gracia. No es una teoría racionalista, si se estima que se comienza y acaba con dogmas revelados; mas sí es racional por la lógica rigurosa de su procedimiento y también implica una teoría claramente filosófica y racional sobre la naturaleza de la sociedad y de la ley, y la relación entre la vida y la moral