La Mujer Rota Simone De BeauvoirExtraordinario decorado el de este bosquejo de urbe descuidada en los límites de un pueblo y al lado de los siglos. Bordeé la mitad del graderío, subí por las escalinatas del pabellón central: contemplé largo rato la sobria majestad de estas construcciones edificadas con fines utilitarios y que jamás sirvieron para nada. Son sólidas, son reales: no obstante, su abandono las convierte en un simulacro fantástico: uno se pregunta de qué. La yerba tibia, bajo el cielo de otoño, y el fragancia de las hojas fallecidas me aseguraban que no había descuidado este planeta, mas había reculado doscientos años atrás. Fui a buscar unas cosas en el auto; extendí una manta, almohadones, puse la radio a transistores, y fumé mientras que escuchaba Mozart. Tras 2 o bien 3 ventanas sucias adivino presencias: indudablemente son oficinas. Un camión se detuvo ante uno de los portones, unos hombres abrieron, cargaron bolsas en la parte posterior del vehículo. Ninguna otra cosa ha perturbado el silencio de esta siesta: ni un visitante. El concierto terminado, me puse a leer. Doble sensación de extrañamiento: me iba lejísimos, a riberas de un río desconocido; levantaba la vista y volvía a hallarme en la mitad de estas piedras, lejos de mi vida. Por el hecho de que lo más sorprendente es mi presencia acá, la alegría de esta presencia. La soledad de este regreso a París me asustaba. Hasta el momento, a falta de Maurice, las pequeñas me acompañaban en mis viajes. Pensé que iba a echar de menos los entusiasmos de Colette, las demandas de Lucienne. Y resulta que me resulta devuelta una calidad de alegría olvidada. Mi libertad me remoza veinte años. Hasta tal punto que, cerrado el libro, me puse a redactar para mí, como a los veinte años