

Entre descreído y aterrorizado, el comisario Salvo Montalbano contempla desde su ventana una imagen de pesadilla: un caballo yace fallecido sobre la arena
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Entre descreído y aterrorizado, el comisario Salvo Montalbano contempla desde su ventana una imagen de pesadilla: un caballo yace fallecido sobre la arena. Una veloz inspección a pie de playa le deja comprobar que se trata de un espléndido purasangre que ha sido sacrificado cruelmente y encarnizamiento. A pesar de no ser exactamente un defensor de los animales, el comisario siente la necesidad de llevar frente a la justicia a quien haya sido capaz de cometer semejante acto. Así, con la ayuda de su amiga Ingrid, Montalbano se adentrará en un entorno al que nos tiene poco acostumbrados: el de los círculos hípicos, las carreras de caballos y las muy elegantes fiestas beneficiosas, un planeta poblado por hombres de negocios de altos vuelos, aristócratas y amazonas de rompe y rasga. Mas de ahí a las apuestas furtivas y las carreras amañadas apenas media un paso, y Montalbano se pondrá en el punto de atención de turbios personajes que lo conminarán de todos y cada uno de los modos posibles. Aun, poco va a faltar a fin de que su casa acabe pasto de las llamas. ¿Qué otra cosa puede aguardarse de la mafia? En su máximo esplendor como detective y como seductor, Montalbano se niega en redondo a remediar las primeras y evidentes huellas del paso del tiempo, como por servirnos de un ejemplo llevar lentes, que le ahorrarían avanzar a tropezones y cometer algún fallo. Y aunque su relación con Livia prosigue atravesando mal momento, su proverbial hambre y vitalismo socarrón se sostienen indemnes