

Le había bastado con tocar al médico para saberlo: había pasado más de 4 años en coma
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Le había bastado con tocar al médico para saberlo: había pasado más de 4 años en coma. Y se horrorizó. Se horrorizó por los 4 años perdidos, mas sobre todo por saberlo. Por el hecho de que un simple apretón de manos era suficiente. Sabía. Sabía a distancia y por adelantado. Supo que ardería el restaurant. Supo quién era el resbaladizo asesino. Y sabía tantas cosas... ¡No era justo! ¡No lo era! La migraña le torturaba y daba la sensación de que la cabeza le fuera a reventar. Además de esto, quienes deseaban saber entonces le rehuían tal y como si fuera un monstruo. Y la tortura de saber proseguía inexorable, y el rechazo, y la publicidad, y el horror de tomar una resolución, y solo con pensarlo la cabeza le dolía cruelmente. Aquel hombre no solo era inicuo, sino iba a transformarse en presidente de los USA y también iba a hacer saltar el planeta en pedazos. Y lo sabía. LO SABÍA. Debía matarlo. ¿Debía hacerlo? ¿Por qué razón? ¿Por qué razón el horror de saber? Mas los dados estaban echados: no podía llevar su conocimiento a la zona fallecida para transformarse en un ciudadano vulgar, tan vulgar como su nombre, John Smith