Locke. La psique es “una tabula rasa” – Sergio Aguilar John Locke (dieciseis millones trescientos veinti mil setecientos cuatro), padre del empirismo y del liberalismo político, está considerado uno de los pensadores más influyentes de la historia, a pesar de que en muchos instantes haya sido uno de los más olvidados. El presente volumen emprende la labor de hacerle justicia ahondando en sus aportaciones en el campo de la filosofía, la política y la divulgación científica. Sus logros están íntimamente ligados a la temporada y al sitio al que perteneció: hijo de la Inglaterra del siglo XVII, vivió el apogeo de la burguesía, la crisis del sistema feudal y el florecimiento de la nueva ciencia. Defensor de la experiencia y la sensibilidad como fuentes válidas de conocimiento frente a los desmanes del racionalismo extremo, su visión moderada y crítica le llevó a elaborar una teoría política antiautoritaria, en favor de un Estado garante de las libertades individuales y del derecho de los ciudadanos a sublevarse contra los gobiernos. De ahí el interés de examinar con atención, en lo que tienen de antídoto crítico liberador de prejuicios, las reflexiones mesuradas de este gran pensador. Si John Locke prosigue siendo a inicios de siglo veintiuno, más de trescientos años tras su muerte, uno de los pensadores más respetados no es por el hecho de que haya legado un sistema redondo que se prosiga aceptan­do total o bien substancialmente. La labor que Locke asignaba a la filosofía (no solo a la suya, sino más bien a toda la disciplina como campo de actividad humana) consistía en explicar y proteger la verdad, que a su juicio existía objetivamente, alén de los deSeos y las inclinaciones de los humanos, y que además de esto se podía conocer, por lo menos en parte. Pocos pensadores mantienen el día de hoy una concepción tan firme de la verdad y tan optimista del conocimiento, y de estos pocos aún son menos los que piensan que John Locke alcanzara por completo su objetivo filosófico. Los 2 fundamentos sobre los que se asienta su doctrina, un Dios omnipotente y benevolente y una razón huma­na entendida como don divino para llegar a él, han sido demasiado cuestionados en los 3 siglos de filosofía que median entre Locke y para que admitamos sus ideas a pie juntillas. La creen­cia en que esa verdad de tipo objetivo, que el pensador tiene como labor conocer y enseñar a sus semejantes, tiene un valor vinculante y obligatorio sobre el modo en que viven los hombres choca frontalmente con ciertos valores contemporáneos más arraigados. Y sin em­bargo, el pensador inglés se sostiene como un pensador de referencia