El señor Balboa (abuelo) tenía un nieto malvado al que, en su día, debió echar de casa (hecho que escondió a su esposa). Desde ese momento mismo se hacía llegar cartas que teóricamente se las mandaba su nieto a la abuela (su esposa). El nieto real decide regresar a su hogar (en pos de dinero) mas el navío en el que venía zozobra. Balboa contrata a un imitador y hacedor de ilusiones beneficiosas (Mauricio) en conjunto con una linda chavala (Isabel), a fin de que finja ser el nieto perdido y "su feliz esposa" frente a la abuela; los instruye y consigue que den el pego. Mas... llega por sorpresa el desalmado y auténtico nieto, que no está muerto como se creía. Al fin, la abuela se entera del engaño, mas decide no comentarlo al imitador ni a la chica, en agradecimiento por los días felices que le han hecho vivir y, en suma, con exactamente el mismo objetivo que la pareja y la corporación de Mauricio habían ido a efectuar allí: hacer realidad ilusiones. Alejandro Casona juega con la fantasía y la realidad en el teatro. Estamos, y queda desvelado desde el primer instante, frente a una puesta en escena del teatro en el teatro, no al modo pirandelliano, sino más bien instrumentando elementos del vodevil. Esta obra nos ofrece un planeta tocado de fantasía y unos personajes que ejemplarizan una idea ética. Desde la escena pretenden enseñar y probar al espectador el bien, la belleza, la vida en su expresión más auténtica, benevolente y fantástica. Su función es orientar cara el camino de las fuentes cristalinas y limpias de una vida mejor. Estrenada en el Teatro Liceo de la ciudad de Buenos Aires (Argentina), el 1 de abril de mil novecientos cuarenta y nueve, la obra podría basarse en la misión de la propia corporación que se representa: sembrar ilusión y que, conforme palabras del propio autor puestas en el protagonista, es: "Una misión tan digna al menos como sembrar trigo."