Los incontrolados. Crónicas de la España salvaje mil novecientos setenta y seis – mil novecientos ochenta y uno Al comenzar la década de los setenta, en las postrimerías del franquismo, mientras que la mayor parte se conformaba con la libertad que daba el cobijo en la vida privada y el resto se apuntaba a la oposición política al régimen de Franco, aportando bien su mentalidad reformista o su desvarío componente, unos pocos descarriados entre aquéllos que me hallaba, inaptos para la vida política usual, procuraban la libertad no en una forma nueva del Estado, sino más bien en su abolición. Imbuidos de una emoción hasta determinado punto histórica, se interesaban en las huelgas obreras que entonces ocurrían con cierta frecuencia, y veían en ellas el inicio de una acción revolucionaria, la esencia de cuyo desarrollo debía ligarse con la memoria de las batallas históricas del proletariado, eminentemente las de la guerra civil. Como alguien afirmó, la historia era la historia de la lucha de clases y esta lucha era contemplada por la gente como como el devenir de la libertad disolviendo las condiciones opresivas dominantes. Las formas en que se materializaba la lucha social, las reuniones, los encargados escogidos y revocables, los piquetes, las comisiones de información, las huelgas, los boicots, el absentismo, etcétera, eran la figura misma objetivada de la libertad, y las factorías o bien los distritos populares, el sitio de su existencia máxima. Resumiendo, las contrariedades de la lucha de clases eran el huevo de la historia. No obstante, estábamos lastrados con deficiencias en el terreno teorético demasiado evidentes, lo que hacía que nuestros enfrentamientos con las ideologías militantistas actuales, todas y cada una leninistas, todas y cada una “científicas”, se saldaran en falso, con frecuencia a través de la intensificación de la acción callejera. Así, el impacto que ocasionó en mí la crítica situacionista que profesaba un haragán anarquismo existencial fue profundo. Al fin me hallaba frente a una teoría revolucionaria completa con la que interpretar la realidad y sacar las conclusiones más radicales posibles con la convicción absoluta de dar en la diana. Vivir es entender y los textos de la i. s. formaron, a pesar de mi mal francés, las herramientas esenciales de mi aprendizaje vital. Como las publicaciones situacionistas eran casi ignotas en España, no hallé a otro que hubiera emprendido un camino afín al mío hasta el momento en que un mal paso me llevó al exilio. En la ciudad de París, allí por mil novecientos setenta y cinco, en el mes de septiembre o bien octubre, conocí a Jaime Semprún, un sesentayochista que en materia de preparación me llevaba bastante ventaja. Su escrito sobre Portugal me había impresionado. Juntos escribimos la campaña de España de la revolución europea, un manifiesto que trataba de enseñar al proletariado hispano su estilo de lucha con la intención de que adquiriese la conciencia precisa del combate que libraba ya contra todas y cada una de las fuerzas del orden. Firmamos como los incontrolados, aquel epíteto que los defensores del orden burgués lanzasen contra los revolucionarios a lo largo de la Guerra Civil, y que comenzaba a sonar nuevamente toda vez que los trabajadores más conscientes rechazaban las indicaciones de sus autoproclamados líderes políticos y sindicales. Al suceder los hechos de Vitoria entendimos que nos encontrábamos en un instante vital, de esos en los que un movimiento se encara a la opción alternativa de echar cara adelante y mejorar o bien pararse y recular. No lo entendió de esta forma el dueño de Champ Libre, Gerard Lebovici, que se negó a publicar el soberbio manuscrito que Semprún escribió para la ocasión. Tal vez debió ver en el caso el distanciamiento entre Debord, muy influyente en la editorial, y Semprún, lo que motivó un intercambio de cartas publicado por Champ Libre en mil novecientos setenta y ocho. En lo esencial, Debord aseveró que se había limitado a no aconsejarlo. Yo resumí el libro hasta darle la manera de folleto, me trasladé a Barna y lo publiqué con su título original de manuscrito encontrado en vitoria. El escrito tuvo mejor fortuna que el precedente y fue reeditado múltiples veces. Probablemente ha sido el texto radical sobre la errada revolución de España más leído