Agitadores, rebeldes, cabecillas de algaradas, amotinados, han existido siempre y en toda circunstancia. Tengan o bien no éxito en sus planes para ocupar el poder, usen los métodos que sean, podemos contemplarlos en toda temporada y sitio. Mas el revolucionario profesional es un tipo considerablemente más concreto y considerablemente más reciente. Nace a lo largo de la revolución francesa. Adquiere muchos de sus rasgos adolescentes en los principios románticos, nacionalistas y liberales del XIX (el gusto por las conspiraciones, por los rituales iniciáticos, por la altilocuencia, por la teatralidad). El triunfo de la revolución, en su vertiente más doctrinaria y filistea, les posterga a los campos fronterizos, radicales, rlicanos y primeros socialistas (y asimismo en los de sus opuestos tradicionalistas). En los últimos decenios del siglo XIX son, ante todo, nihilistas y libertarios, fluctuando entre idealismos irenistas y la tremenda publicidad por el hecho (o bien compatibilizando los dos). El revolucionario se ha transformado ya en un genuino estereotipo a la perfección identificable en la cultura popular del época: novelas, teatro, ilustraciones.... Y aún falta (si bien ya está próxima) la culminación de esta figura: el revolucionario burócrata impulsado por Lenin, con su escalafón de forma perfecta jerarquizado (al que sirve de reflejo el descubrimiento semántico y paradójico del PRI mexicano). Lo que ha venido después ha sido pura evolución cara el militarismo, en la práctica (comandos y guerrilleros) o bien en el alegato (políticos). El ruso Pedro Kropotkin (dieciocho millones cuatrocientos veinti mil novecientos veintiuno) pertenece aún al magnífico revolucionarismo decimonónico. Aristócrata y príncipe, militar, científico y explorador, y, claramente propagandista infatigable del socialismo ácrata, del nogobierno. En su muy largo exilio en Suiza, G. Bretaña, Francia... predicará (es la palabra que emplea) de forma infatigable esta nueva cosmovisión libertadora entre los trabajadores de todo género a través de la pluma y la palabra. Y asimismo se encarará a los herejes, los socialistas democráticos seguidores de Marx que, singularmente en Alemania, se estatalizan, se burocratizan y, en su entender, dejan de lado la acción espontánea de las masas. Paradoja final: cuando por último triunfe la revolución en Rusia, y el anciano y renombrado libertario Kropotkin apresure su regreso, le va a ser dado contemplar la construcción del primer régimen totalitario. Y tal vez entonces pudo cotejar las condiciones de sus cárceles en Rusia y en Francia, contadas en estas Memorias, con las que van a empezar a padecer sus compañeros ácratas, decretadas por los bolcheviques