"Luis es el hombre al que más he querido." Jaime Bayly La historia tal como se lee: joven cronista argentino gay se enamora completamente de maduro escritor peruano, bisexual y separado, padre de 2 hijas, que aparte de lograr el éxito (sobre todo entre las mujeres de una cierta edad) con sus novelas triunfa desde Miami merced a la T.V.. Una relación compleja pues al astro le repele la palabra compromiso... La historia tal como hay que leerla: la B del título oculta a Brown, Felipe Brown, mas es asimismo la letra primera del apellido de quien es "amigo íntimo" del autor en la vida real, hombre mediático y escritor, finalista del Premio Planeta 2005: Jaime Bayly. Quien, dicho sea de paso, lejos de enojarse por la imagen que Luis Corbacho ofrece de él, semeja gozar con su mala fama creciente: "En la novela, Felipe Brown no queda como un hombre virtuoso. A mí eso no me molesta sino me divierte y se lo agradezco. Soy mucho peor que Brown, con lo que jamás aguardaría que alguien hiciera un retrato literario mío que fuera el de un hombre ejemplar. De ahí que entiendo que Luis haya hecho una representación insolente mía." Los amantes de las confidencias se van a sentir, puesto que, colmados. Si bien desde ahora tiene que quedar perseverancia de que Mi amado míster B. es más que una pura confesión: esta es una obra obscena, valiente, pegadiza en ocasiones como una canción del verano, desoladora otras como el más triste de los tangos. Luis escribe con desenfado a fin de que Martín, que jamás deja de ser mismo, nos lo cuente todo con la lozanía y la naturalidad de su irreprimible de España de la ciudad de Buenos Aires, trufado de modismos porteños. Mas esa soltura no oculta los desengaños. La vida en la famosfera a la que accede de la mano de Felipe puede parecer un eterno y glorioso baile de glamur, sofisticación y artificio, y Martínmariposa se siente irremisiblemente atraído por sus luces, pero la relación con alguien que es y no es ("bisexual las bolas"), que se queda si bien siempre y en toda circunstancia a puntito de partir ("pues debo dedicarme a las pequeñas, igual me da lástima, te extraño tanto") no es moco de pavo. Menos para un veinteañero que todavía vive con sus progenitores y que, tras ser seducido, tras mil requiebros, se confiesa enamorado