Motores diésel: Emisión de sprays de partículas y gases. Valores límite para cancerígenos: 2 enfoques. Los costos de la no prevención Las estadísticas de siniestralidad que, desde mil novecientos cuatro, publican las autoridades laborales españolas han recogido separadamente desde hace muchos años la siniestralidad de hombres y mujeres, poniendo de manifiesto que los primeros han sufrido siempre y en todo momento considerablemente más accidentes que las segundas, lo que parecía atribuible primeramente a que trabajaban considerablemente más hombres que mujeres. De este modo, por poner un ejemplo, en el año mil novecientos cincuenta se registraron trescientos noventa y siete mil accidentes en hombres y veinticinco en mujeres: unas dieciséis veces más en hombres que en mujeres. Esta enorme diferencia se ha ido reduciendo conforme aumentaba la participación femenina en la población laboral: cincuenta años después, en el año dos mil, las cantidades fueron de setecientos sesenta y 8 mil accidentes en hombres y ciento sesenta y cuatro mil en mujeres: la siniestralidad masculina ya era solo 5 veces superior a la femenina. En dos mil once se registraron trescientos sesenta y 8 mil accidentes en hombres y ciento cuarenta y cuatro mil en mujeres: un par de veces y media más en hombres que en mujeres. Mas la inclusión en la estadística, desde el año dos mil seis, de los datos del índice de incidencia (accidentes por año por cada 100 mil asegurados) desagregados para hombres y mujeres ha aportado nuevas luces – y nuevos interrogantes – sobre la cuestión. Primeramente, se comprueba que en la mayoría de las actividades el índice de incidencia de los hombres es meridianamente superior al de las mujeres; la única salvedad manifiesta la forman las actividades financieras y de seguros, en las que la siniestralidad femenina es prácticamente un cincuenta por ciento superior a la masculina. Los valores son aproximadamente coincidentes en la hostelería, la educación y las actividades sanitarias y de servicios sociales, al tiempo que en el resto la siniestralidad masculina es enteramente superior a la femenina. Las diferencias son muy grandes en las actividades de siniestralidad parcialmente elevada en las que la presencia femenina es pequeña y se concentra en los puestos de bajo peligro (administrativos, por servirnos de un ejemplo): es lo que sucede en la construcción (la incidencia masculina es 8 veces superior a la femenina), en las industrias extractivas (prácticamente 5 veces) y en la agricultura (prácticamente 3 veces). Menos explicable semeja que asimismo se den diferencias esenciales en actividades en las que la segregación de sexo por ocupaciones es mucho menor; es lo que pasa en las actividades inliarias, en las que la incidencia masculina es el triple que la femenina, en las actividades profesionales, científicas y técnicas, en la administración pública y en las actividades artísticas, recreativas y de entretenimiento, donde los hombres se accidentan más o menos el doble que las mujeres