Mark Lilla aborda en Pensadores imprudentes el intrigante tema de los diferentes intelectuales del siglo veinte que cedieron, en diferente grado, a la fascinación del poder totalitario, sus líderes carísmáticos o bien sus salvíficas ideologías. El libro repasa, entre otras muchas, las figuras de Martin Heidegger (en la mirada de Karl Jaspers y Hannah Arendt, Carl Schmitt, Walter Benjamin, Alexandre Kojeve, Michel Foucault o bien Jacques Derrida. En el sugerente epílogo, "La seducción de Siracusa", Lilla plantea una explicación a esa enigmática y, en general, poco afortunada atracción que llama filotiranía. Los 2 primeros ensayos se refieren a la filiación nacionalsocialista de Heidegger y Schmitt. El resto relata la repercusión prácticamente irreprimible de la otra corriente totalitaria, el marxismo, y la huella profunda que en las últimas décadas del siglo dejaron Hegel, Nietzsche y el estructuralismo. Lilla arguye que hay un déspota agazapado en todos , un déspota que se embriaga con el Eros de su Yo proyectado cara el planeta y que sueña con mudar a este de raíz. Si en un ejercicio estricto de autoconocimiento, el intelectual identifica en sí esa fuerza, si la dirige y controla, el impulso puede guiarlo cara el bien y otros fines superiores. Si no, esa pasión puede llegar a dominarlo. El propio Sócrates advirtió que una de las raíces de la tiranía es la soberbia a la que son susceptibles ciertos filósofos: son quienes orientan las psiques de los jóvenes y los conducen a un delirio político que degrada la democracia. Este libro es un recordatorio de los torcidos caminos que tomaron ciertas psiques filosóficas más notables del siglo veinte y una grave premonición sobre los riesgos que avizoran al siglo veintiuno si los intelectuales esa especie en extinción renuncian a meditar con honradez, y a actuar con responsabilidad, en el tortuoso mas indefectible campo de la política