"Te amo, y recuerda que el amor traspasa el horror de la vida, transformándose en inmortal para quererte hasta en la muerte, la que el día de hoy me quita este vivir, mas jamás el amor que te tengo" Es la oración que marca la historia de una mujer que en su niñez descubre innocuamente el amor, uno que en su recorrido desata verdades ocultas de su vida tras los engaños de su madre, que paradójicamente le quita el amor que la causalidad compensa entonces en su sucesivo aspecto. No contento el destino, al hallar su auténtico amor por segunda vez, aquella mujer de vanidad extenuada se entera de su enfermedad, ELA, Esclerosis Lateral Amiotrófica, enfermedad que difumina su historia en fragmentos de recuerdos no olvidados, de evocaciones anheladas, y un deterioro físico incesante más no mental, el que le deja sentir y comprender de qué manera la exteriorización de su psique pierde la capacidad de expresar lo que todavía vive en su interior, y la exhortación de su espíritu demanda libertad a cambio del mitigante reposo. Es una historia que encierra paradojas susceptibles del amor en su arbitrio, y la manumisión del perdón cuando este es reclamado. Federico Valencia, su amor eterno, va a probar su aprecio a ella, no al cuerpo estropeado ni a la psique incomunicada de su amor en ella, y , la que espantó el misterio de quererlo a su lado, se negará a percibir más desventuras. Ahora era cuestión de no verle jamás más y perder el sabor de sus labios, perder el fragancia de su cuerpo. Entonces, la reconfiguración de su amor va a ser la libertad de Federico Valencia, y la emoción va a poder darle noción a esas vidas perdidas. Entre recuerdos abstraídos, el drama sostenía una vida inelegante ante tanto ostento. La rutina en el poderío de vivir y el vivir en la subordinación de medrar