En mil novecientos veintitres, en plena lucha contra las artimañas y maniobras de Stalin en el Partido Bolchevique, Trotsky dedicó una parte de su tiempo (pese a su enfermedad) a meditar y efectuar un auténtico "trabajo de campo" (basado en entrevistas y asambleas con componentes de un distrito de la ciudad de Moscú) sobre los retos que el estado obrero, el periodo de transición al socialismo, debía enfrentar en la vida rutinaria. El líder del Soviet de Petrogrado en mil novecientos cinco y mil novecientos diecisiete, el organizador del comité militar insurreccional (primordialmente sobre la base de los consejos de factoría), el organizador y líder del Ejército Colorado probaba, de nuevo, su capacidad para pegarse a la realidad rutinaria de la clase obrera y de las más extensas masas para elevarse después a niveles de generalización verdaderamente magistrales; el procedimiento del materialismo dialéctico se encarnó en su pensamiento de forma profunda. En Inconvenientes de la vida rutinaria Trotsky advierte, apunta y plantea medidas contra el proceso molecular de burocratización (que derivaría en degeneración) de la sociedad que encarnaba al primer estado obrero de la historia. Y lo hace en el campo más profundo y significativo de toda sociedad: en el de la "vida rutinaria" bajo prácticamente casi todos sus diferentes aspectos. En esta pequeña pieza maestra, de la que al igualmente la de Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra deberían aprender algo los "sociólogos" y "antropólogos", Trotsky demanda las tendencias burocratizantes como contrapuestas a la marcha cara el socialismo. En un ejercicio ejemplar de análisis dialéctico establece la íntima conexión entre estado obrero, partido revolucionario, gobierno obrero y campesino, clases y capas sociales y el individuo. Basta una cita de la obra que presentamos para probar esto: "El estado obrero es la estructura material, no la estructura misma."