Schopenhauer. El fatalismo se hace filosofía – Joan Solé La razón por la cual Schopenhaucr es el día de hoy uno de los pensadores que lúcida más interés radica en la radicalidad con la que examina el fondo último de la existencia. Nuestro autor concibe dicho fondo como una fuerza irracional y también voraz, manifestada en el egoísmo, la ansía permanente y el deSeo sexual y causante del sufrimiento que hay en el planeta. El enorme fatalista de las ideas ofrece, no obstante, recursos para sobrevivir: la compasión por el dolor extraño, de inspiración oriental y cristiana, y la posibilidad de suspender el anhelo y la frustración a través de la experiencia estética. La salida al bucle cerrado del deSeo y el sufrimiento es la entendimiento profunda de la unidad esencial de todas y cada una de las cosas: solo percibiendo el engaño de lo individual puede el humano sustraerse al egoísmo y lograr la vida sosiega y apacible. En el año mil ochocientos veinte, en la Universidad de Berlín, se pudo presenciar, múltiples veces a la primera hora de la tarde, una situación de marcado contraste. Por un lado, Georg Wilhelm Friedrich Hegel, portaestandarte del triun­fante pensamiento idealista, llenaba el sala hasta la bandera con más de doscientos asistentes a cada una de sus lecciones, lo que va a ser una entrada floja para conforme qué espectáculo, mas está realmente bien tratán­dose de filosofía. La audiencia de Hegel no se reducía a pensadores en sus inicios, sino incluía a funcionarios de todo rango y otros servi­dores del Estado prusiano (lo que el día de hoy comprendemos por Alemania era entonces a rasgos generales Prusia). Había múltiples claves para aquel éxi­to resonante. Hegel partía de un hiperracionalismo firmememente «todo lo real es racional y todo lo racional es real», siendo lo demás escoria impropia de consideración filosófica para edificar una optimista in­terpretación de la sociedad, el Estado y la historia. Desde su opinión, la historia universal tenía un sentido determinado, cuya cul­minación era Prusia hasta aquel instante, al paso que servidor ( mismo), puesto que bueno, la culminación de la filosofía, puesto que era quién había captado el desarrollo triunfante de los sucesos y de las ideas. La cosa se exponía con razonamientos muy sutiles y complicados, mas la idea primordial venía a ser esta, y había para estar satisfechos, a qué negarlo. Hegel empleaba un lenguaje enigmático y opaco para ex­presar esos conceptos oscuros que. no obstante, disfrutaban de enorme aceptación entre la audiencia embelesada, de la que cabe preguntarse hasta qué punto comprendía aquellas filigranas idealistas, cosas como que un espíritu absoluto se expresaba en la historia universal para lograr su autorrealización y autocomprensión. En todo caso, Hegel había encontrado una fórmula ganadora, un leitmotiv que hacía fortuna y un público que se lo aplaudía todo. Y no solamente eso. El Esta­do prusiano le promocionaba en la jerarquía universitaria nacional pues su mensaje, que aseveraba el progreso histórico y social mas en un orden y bien sujeto a la autoridad, le iba de perlas en una temporada convulsa (Napoleón había hecho estragos con sus ejércitos en Europa y en Prusia propagando los ideales de la Revolución francesa, y osando aun proclamarse emperador). La Iglesia asimismo estaba complacida con Hegel, por el hecho de que el espíritu universal no chocaba en nin­gún punto primordial con la doctrina. En resumen, Hegel no podía solicitar más, la vida le sonreía