Sigfrido cautiva por la habilidad de Mulisch de apresar al lector en la preparación de una metanovela (novela en la novela), en la sofocación de un escritor, Herter (su alter ego) por localizar el tema, y no solo el "qué" sino más bien asimismo el "de qué manera", de una posible novela sobre ese fenómeno misterioso hasta el paroxismo que fue Adolf Hitler. Y no duda, como no duda el escritor de ficción, en forzar la situación y montar una historia para hacer otra historia... "Herter proseguía buscando en su laboratorio literario un marco experimental falso en el que situar a Hitler para poder penetrar en su estructura...". ¿De qué manera lo logra Mulisch? Creando una historia en la que se cuenta otra historia, la historia del hijo secreto de Hitler y Eva Braun. Herter escucha sorprendido el relato del matrimonio Falk y entiende que ha encontrado el factor clave para redactar el libro que tantos años había postergado. Mulisch nos cuenta desde acá las andaduras enfebrecidas del escritor por la capital austriaca, los avatares de ese matrimonio que por azares del destino se ve trabajando en su juventud en exactamente el mismo corazón del mal y la extraña personalidad de la amante de Hitler, una chavala inocente que veía en el déspota a una suerte de caballero andante enfrentado a todos y cada uno de los diablos del planeta. Todo ello en abudancia regado o bien apoyado en el pensamiento de Nietzsche y Schopenhauer, en la música de Wagner y en el desarrollo ideal de la esencia y la existencia, el ser y la nada, de este personaje histórico "inasequible", como afirma Mulisch. El narrador holandés ha escrito una fábula sobre el mal, un relato filosófico lleno de ironía, en ocasiones tierno y en ocasiones horrible, que no deja indiferente, que nos conmueve, que provoca indignación y también inquietud