Tras separarse de su mujer, un escritor que subsiste como cronista admite el encargo de investigar la sorpresiva aparición de un animal que bien podría haber salido de los manuales de zoología fantástica: se trata de una bestia de garras y colmillos afilados que está ocasionando estragos en los pueblos de Copiapó al interior, como se aprecia en el mapa que abre esta novela. Al poco caminar, el protagonista advierte que en la calma de Tierra Amarilla, bajo el sol inflexible, se están cuajando oscuras transacciones y que quizá la inusual presencia del chupacabras que de esta forma llaman a la bestia no sea otra cosa que un engaño destinado a producir pánico para de esta forma apropiarse del agua, el bien más apreciado en aquel paisaje estéril. La prosa envolvente y sinuosa de Germán Marín nos introduce en un relato con implicancias políticas y alusiones a los intereses de tipo económico, mientras que nos deja ser testigos de un viaje sin retorno, un viaje por el que bullen los espectros de la vetustez, el descalabro cariñoso y la frustración literaria. De su paso por Tierra Amarilla, Lleumo y Las Talas, el protagonista jamás será de nuevo exactamente el mismo. Olvida la escritura "esa vocación idiota" y empieza a frecuentar un prostíbulo en el que, al lado de mineros, traficantes y mujeres de la vida, va a conocer una historia de alcances inesperados. De nuevo, Germán Marín da muestras de su inacabable talento para conjuntar su imaginación torcida, única, con los horrores políticos que sacudieron a este país anteriormente reciente. Tierra Amarilla está escrita con la violencia y la libertad que han transformado a Marín en un autor totalmente radical, inevitable en el momento de explicar nuestra memoria y el desasosiego que nos embarga. Su obra, indudablemente, atravesará las tendencias y el tiempo