La poesía de Jaime Sabines ofrece un territorio de enérgica vitalidad, donde la trasparencia de su sentimiento, la hondura sensible que impacta a sus poemas, se conjuga con su vehemente sencillez. Para Sabines (diecinueve millones doscientos sesenta y mil novecientos noventa y nueve) nada hay alén de los sentidos. Todo cuanto toca y contempla se transforma en un chorro numinoso que surge veloz y revienta en un océano de sonoridades que deslumbra y ciega. Con perplejidad asistimos a esta explosión de golpes rítmicos, acentos informales y versos directos, de manera profunda reveladores. Originario del estado de Chiapas, en el sur de México, Sabines es un versista con una definitiva conciencia de la carne. Apasionado de la vida, inútil de aguantar la humillación de los cuerpos, su desaparición física, enhebra su alegato con ternura y pesadumbre para expresar categorías profundas de la existencia. De ahí que llena vacíos emotivos. De ahí que asimismo ocurre la identificación plena del lector con esta obra robusta y concluyentes. La substancia del hombre sensible se refleja en estos versos precisos que combinan los diferentes territorios de la desolación y la ternura, y donde imagen y término se enlazan en una unidad única, inigualable. De este modo logra perpetuar robustos momentos de la existencia, a través del dolor y el desgarramiento. La divinidad transcurre como una percepción del universo y la mujer se erige como una presencia principal frente a los sucesos del planeta exterior. El versista chiapaneco enhebra y expresa con energía su condición humana y sus versos van desgranándose, adentrándose en esa dimensión única, sacramente cotidiana: el poema reluce y la voz se conserva en la sagrada insonoridad de la memoria. "El amor es el silencio más fino", murmura Sabines. Y su poesía, significativamente, sublima la vida, exalta los deSeos