En el último mes del año de mil novecientos setenta, a lo largo de 8 días, mientras que su madre sufre, Georges Simenon continúa a su lado en el centro de salud. Poco más de medio siglo le aparta de la temporada en que asistía a misa en la capilla de ese centro de salud. A lo largo de esos 8 días estos 2 seres, que nunca pudieron quererse, quizá por el hecho de que nunca pudieron hablarse, intercambian pocas palabras mas se miran intensamente, con determinada perplejidad y falta de confianza. En verdad, al ver el ver entrar al hijo mayor en la habitación, la madre le pregunta con frío asombro: "¿Por qué razón has venido, hijo?", deseando seguramente que hubiese sido el otro hijo, el más joven, el amado, el que la acompañase en sus últimos instantes. Mas es el hijo una y otra y vez rechazado quien, a sus 67 años de forma profunda marcados por ese desamor y esa indiferencia, la asiste hasta el final, entregado a toda suerte de recuerdos y sentimientos contradictorios, desgarrado entre el resquemor, un inaguantable sentimiento de culpa y el deSeo de ser reconocido. Coincidencia o bien no, motivo de estudio para psicoanalistas y estudiosos de su obra, la cuestión es que 12 meses escasos tras la muerte de su madre, Simenon, uno de los prosistas más fértiles de nuestro siglo, deja de redactar novelas. Sin embargo, ¿podía imaginar, al acudir a la lenta muerte de su madre en una habitación de centro de salud, que la intensidad de sus miradas y la elocuencia de su mutismo le inspirarían, 3 años después, uno de sus mejores libros, una genuina pequeña joya del arte epistolar, especialmente en esa bastante difícil vertiente que es la de las "cartas a los progenitores"? Carta a mi madre se considera por la crítica mundial no solo como una obra de extraña calidad literaria, sino más bien asimismo como la clave para entender toda la extensa obra de Georges Simenon. Revela, como bien afirma Pierre Assouline en su reciente biografía de Simenon, "el nudo de su sufrimiento, el sufrimiento de un enorme escritor reconocido por todos, menos por su madre". Pocos se extrañarán, tras la lectura de este texto breve y espeso, que, cuando terminara de escribirlo, Simenon cayese enfermo a lo largo de un par de meses, "enfermo quizá por descubrir que no era el hombre que creía ser, enfermo asimismo por saber que mi madre no había sido sino más bien una mujer muy humilde (...) que habría justo más mi ternura y mi piedad que cierta indiferencia y cierto rencor", conforme explica mismo en uno de sus diarios de la temporada