Consejos sobre la Salud Elena G. de White En el vestíbulo del centro de salud White Memorial, Los Angeles, Ca­lifornia, fundado en memoria de la autora de este libro, Consejos sobre la salud, hay una placa de bronce con esta inscripción: “Este centro de salud está dedicado a la memoria de la señora Elena G. de White, cuya larga vida consagró desinteresadamente al alivio de las aflicciones y pesares del enfermo, el débil y el necesitado; y también inspiró a jóvenes y señoritas a dedicar sus vidas a la obra de Aquel que dijo: ‘Sanad a los enfermos’”. Para los que conocieron a la Sra. White, estas palabras abundan en tiernos recuerdos y también innumerables incidentes de la vida de esta espléndida dama. Entre las mujeres que han vivido en los tiempos modernos, es incuestionable que ninguna ha ejercido tan profunda y perdurable repercusión sobre la vida de sus semejantes como Elena G. de White. En ningún ámbito fueron sus enseñanzas más extensas y explícitas que en el relacionado con el cuerpo, que es el templo del Espíritu Santurrón. A lo largo de la última mitad de este siglo, rebosante luz proveniente de distintas fuentes ha alumbrado el esencial tema del cuidado de la salud. De la psique del renombrado estudioso médico Luis Pasteur brotaron poderosos rayos de luz que alumbraron el campo de la salud y la enfermedad. Por él el planeta ha conseguido conocimientos de las bacterias, que son los factores causantes de muchas enfermedades. De Luis Pasteur vino la sanación del ántrax, enfermedad asoladora que inquietaba a los animales y a los humanos. Sus sacrificios infatigables acabaron con el descubrimiento de un tratamiento para sanar la hidrofobia, una de las enfermedades más temibles de todas y cada una de las temporadas. Lord Lister, al poner en práctica los principios de Pasteur en la sala de operaciones, hizo que la técnica quirúrgica fuera un pro­cedimiento más seguro para la humanidad. Su genio transformó los centros de salud de cámaras de horrores y semilleros de noma, en luga­res cómodos donde se fomentaba la sanación de la enfermedad. Lister probó que la presencia de pus en las heridas producidas por las operaciones era superflua, y de esta forma redujo la mortalidad en la sala de operaciones a una cantidad parcialmente intrascendente. Entonces apareció en el campo médico el ginecólogo doctor Sem melweiss, a quien Kugelmann escribió: “Con pocas salvedades, el planeta ha crucificado y quemado a sus benefactores. Espero que no se canse en la venerable lucha que aún tiene ante usted”. Fue este Semmelweiss el que luchó contra el temible monstruo de la fiebre puerperal, y en cuyo cerebro brotaban infatigables estas preguntas: “¿Por qué razón mueren estas madres? ¿Exactamente en qué consiste la fiebre puerpe­ral?” Sus sacrificios le hicieron perder la vida, mas pudo vencer esa horrible enfermedad. Puedo seguir describiendo las bendiciones que el planeta ha recibido de una parte de personas como Koch, Ehrlich, Nicolaier, Kitasato, Von Behring, Flexner, Ronald Ross y de otros benefactores. Mas a Elena G. de White se le dio una misión diferente. Mientras que la obra de su vida y sus enseñanzas estaban en armonía con la auténtica medicina científica, fue en el campo espiritual del arte de curar donde relució con beato esplendor. Al rogar a hombres y mujeres a estimar sus cuerpos como un legado sagrado confiado por el Muy, muy alto, y a obedecer las leyes naturales y del Dios de la naturaleza, la señora White no tiene contrincante. Ella exaltó la santidad del cuerpo y la necesidad de poner los apetitos y las pasiones bajo el control de una conciencia informada y también alumbrada. Otros ponían énfasis en la ciencia como medio de sostener o bien recobrar la salud; mas a ella le correspondió la labor de poner de relieve los factores espirituales en el tratamiento del templo del cuerpo. Lenguaje: De España